La increíble historia de Otto Skorzeny, el soldado nazi que fue guardaespaldas de Hitler
Publicado en Infobae
Era insoslayable no sólo por la bestialidad inherente a su oficio: guardaespaldas de Adolfo Hitler. También por el terror que inspiraba su cuerpo: 1,93 de altura, 114 kilos: una mole entrenada para matar con ventaja… Y hasta su cicatriz completaba el cuadro: un profundo tajo que nacía en el borde de la barbilla y, como un río de cauce desigual, llegaba hasta su oreja. La orilla izquierda de ese río sangriento…
Otto Skorzeny, tal su nombre real –en la guerra no usó seudónimos, como otros esbirros nazis–, nació en Austria en 1908. En septiembre de 1939, cuando Hitler quebró la frontera polaca y desató el infierno, Otto estaba en plenitud física: 39 años, músculos de toro, y dominio de armas.
Es decir, como urdido en un laboratorio para entrar en las Escuadras de Defensa del Nazismo: un cuerpo de élite destinado a proteger cada paso de la vida de su jefe.
El oso humano no tardó en ser llamado “el hombre más peligroso de Europa”. Apelativo que, considerando a su jefe y a sus máximos criminales de guerra, no merecía menos que la repudiable Cruz de Hierro, máximo premio del Tercer Reich. Y la consiguió…
Pero, por si algo faltaba, el 25 de julio de 1943 y en una Alemania que empezaba a crujir, recibió su máxima orden: al frente de un pelotón de máquinas de matar similares a él, le ordenaron rescatar a Benito Mussolini, Il Duce, el patético, payasesco y no menos criminal dictador italiano y segundo socio de Hitler en el Eje: Alemania-Italia-Japón.
Un día antes, el mandamás del Partido Fascista fue derrocado y preso luego de una audiencia con el rey Vittorio Emanuele III.
Hitler, indignado, eligió para comandar la operación –llamada Eiche (Roble)– al general paracaidista Kurt Student, y Himmler, jefe de las SS Reichsführer, insistió en que el segundo debía ser Skorzeny. Que, sin experiencia en tareas encubiertas, se mantuvo en segundo plano…, hasta que en septiembre logró encontrar su rincón de cautivo: un hotel de los montes Apeninos, norte de Italia.
Ataque sorpresa. Tomado el hotel por los paracaidistas de Student, Otto –sin disparar una bala– desarmó a la guardia de carabinieri y llevó a Mussolini, a salvo, a Viena, por entonces territorio alemán.
Caracortada –su otro y obvio mote– no falló… Pero el 28 de abril de 1945, vencida Alemania, y mientras intentaba huir, Il Duce fue atrapado y muerto por un grupo de partisanos, la Resistencia. Su cuerpo y el de su amante (Clara Petacci) fueron colgados por los pies en una estación gasolinera. Dos días después, con bala y veneno, se mataban Hitler y su amante, Eva Braun…
Ya en fuga, y como tantos criminales nazis, el gigantón se filtró en Buenos Aires y llegó a convertirse, ¡oh casualidad! en amanuense de Perón… y en guardaespaldas de María Eva Duarte.
Por supuesto, no faltó el rumor nacido en los sótanos opositores: una relación romántica entre ambos. Pero jamás hubo una prueba. La habladuría se inscribe en el abismo entre peronistas y “contreras”, como el general llamaba a cuantos no estuvieran en sus filas. Cero verdad…
Como tampoco hay pruebas, a pesar de algunos supuestos testigos, de que frustrara un atentado contra ella…
Pero, llegado el golpe del 16 de septiembre, y con un Perón refugiado en la cañonera Paraguay rumbo al exilio, Skorzeny quedó librado a su suerte. Y acaso recordó cierta máxima china: “Si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero”.
Siguente paso: adiós a las armas, y en 1957, viaje a la verde Irlanda, la patria de Joyce, Wilde y Bernard Shaw, con la decisión de empuñar pala, azada, regadera, y transformarse en un pacífico granjero de Kildare, ciudad del condado homónimo, suroeste de Dublín, y un paraíso, entonces de apenas cinco mil almas.
Por cierto, la prensa irlandesa no tardó en desenmascararlo, llamándolo –entre otros verbos y predicados, “El glamoroso hombre del espionaje”, como no hace mucho recordó el periodista irlandés Kim Bielenberg al exhumar su historia, que sin embargo tiene más sombras y enigmas que certezas… Tantas, que Kim, asombrado, escribió: “Los diarios de la época hablaban de él con más admiración que repudio. Lo respetan por sus supuestas proezas militares, y le adjudican la salvación de inocentes del Tercer Reich luego de su caída”.
Pero esa contradicción empezará a explicarse mucho después. Y aparecerá un hombre de mil caras, de inteligencia, astucia y capacidad de mimetismo digna de una novela de espionaje.
Apenas instalado como supuesto granjero, llamó la atención su refugio: nada menos que una mansión rodeada de 650 hectáreas. No mucho después surge otra pregunta: ¿trabaja para el Mossad, el servicio secreto israelí? Y al mismo tiempo, desde la Agencia Judía de Viena, el cuartel general de Simon Wiesenthal, llega una denuncia del célebre cazador de nazis: “Ese hombre mató judíos en campos de concentración”.
Otra vuelta de tuerca. En la serie de tevé The Night Manager, de John le Carré, Skorzeny, luego de rendirse entre las fuerzas norteamericanas apenas caído el nazismo, pasó al Mossad de modo singular: querían matarlo… pero prefirieron ponerlo a su servicio para que asesinara a Heinz Krug, el experto en misiles y explosivos que trabajaba para Egipto preparando artefactos letales contra Israel, y además, convertirlo en un topo: espía camaleónico de alto rango…
Sin embargo, el gobierno irlandés no se quedó tan tranquilo. Algunos parlamentarios comenzaron a buscar respuestas a algunas preguntas candentes: ¿qué estaba haciendo un tipo como él en Irlanda?, ¿quería iniciar actividades nazis?
Para saberlo habría que revisar un poco de su pasado.
El rescate de Mussolini, por caso, mereció el elogio de Winston Churchill: “fue un acto de gran audacia militar”, dijo.
Hacia 1944, agonía del Tercer Reich, Skorzeny no sólo combatió en la batalla de las Ardenas: habría intentado asesinar al general Dwight Eisenhower, factótum del Día D: la invasión a Normandía.
Diez días después del suicidio de Hitler se sentó en el banquillo de los acusados por los horrores sucedidos en el campo de exterminio de Dachau…, pero no se hallaron pruebas contra él.
Sin embargo, debía responder por otros crímenes –demanda de varios países–, pero, prisionero de guerra, huyó ayudado y amparado por ex miembros de la SS.
Primer puerto: España. Desde allí, varias veces a Buenos Aires, y relación y empleo con Perón.
Tarea no probada pero casi segura: desde la Argentina colaboró con el escape de criminales nazis a media Sudamérica. Y según algunos medios irlandeses, “su granja era, en realidad, un escondite para nazis fugitivos”.
¿Por qué Irlanda lo recibió como a un héroe? Lo explica el contexto del momento: cierto nacionalismo irlandés separatista contra el Reino Unido. El viejo axioma “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Pero a medida en que se corría el velo del gran espanto, el Holocausto, las miradas cambiaron: de héroe pasó a sospechoso, y también a maldito. ¿De dónde sacaba tanto dinero? ¿Por qué se paseaba todos los días en su imponente Mercedes Benz? Etcétera…
Quiso quedarse en Irlanda criando caballos, pero nunca se le otorgó visa.
Su último refugio seguro fue Madrid.
Allí murió de cáncer en 1975, a los 67 años.
Sus camaradas lo despidieron envuelto en la bandera nazi.
En los discursos recordaron sus hazañas: “Dirigió un grupo de soldados alemanes vestidos con uniformes de soldados norteamericanos capturados, y también se apropió de tanques enemigos para usarlos a favor del Reich”.
Eso, mientras sonaban los himnos y las marchas del pasado. Aquellas que se acallaron cuando el soldado ruso del Ejército Rojo Abduljakimk Izmailov izó la bandera de la hoz y el martillo en la cúpula del Reichstag (el Parlamento).
Era el segundo día de mayo de 1945.