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AMOR NO ES, el Poema de Laura Victoria

AMOR NO ES
Ya ni versos escribo, sólo queda
este soñar de lágrimas teñido,
y una queja distante en el olvido
azul lejano de tu voz de seda.
Amor no es, es algo que remeda
la desmembranza del rosal caído,
donde ya ni las sombras hacen nido,
ni el viento en rondas de cristal enreda.
Algo que ayer fue lirio de mi fuente,
frescura de mi noche, y suavemente
luminar en mi senda florecida.
Algo que en mi agonía aún retengo,
porque es la única verdad que tengo
y no puedo arrancarla de mi vida.

Laura Victoria nace en Soatá el 17 de noviembre de 1904. Al año siguiente, la familia se traslada a Bucaramanga, donde su padre se posesiona como magistrado del Tribunal Superior. Tres años después, regresan a Soatá. A los cinco años de edad, la niña inicia el estudio de las primeras letras. Los estudios secundarios los concluye en el Colegio de la Presentación de Tunja.
A los 14 años escribe su primer poema amoroso, y esto escandaliza a sus compañeras. El siguiente poema, para sacarlas de la duda, es un acróstico dedicado a la más escéptica. Laura Victoria nace a la vida del verso cuando las mujeres en Colombia no hacían versos.
En Soatá se habla de la selecta biblioteca de su padre. Es él hombre  de vasta cultura. Y descubre en su hija  una mente accesible a las ideas progresistas. Con esta certidumbre, le abre las puertas de la inteligencia francesa, y Laura Victoria aprende a pensar.
Ya casada, se establece en la capital del país. El primer literato en llegar a la escritora es Nicolás Bayona Posada, que goza de amplio prestigio como poeta, ensayista y crítico, y quien escribe un sugestivo artículo sobre esta poesía encantada. De inmediato el nombre de la autora salta al primer plano de la popularidad. La revista Cromos publica su poema más audaz, titulado “En secreto”, rebosante de fino erotismo, que sacude el alma de los enamorados y a ella le significa el ingreso a la fama.
Aún no ha cumplido los treinta años cuando aparece “Llamas azules”, que Rafael Maya considera “el mejor libro poético publicado por mujer alguna en Colombia”. La poetisa viaja por los escenarios de América, donde recibe calurosos aplausos de los públicos delirantes. Se trata de una fina entonación lírica con acento sensual que ennoblece el sentimiento humano, como nunca antes lo había hecho otra mujer, y de paso provoca una revolución en la literatura colombiana.
Laura Victoria ha descubierto el territorio libre de las emociones. Sabe que por encima de su ilustre apellido y de la censura social o eclesiástica está su derecho a ser escritora. La cadena de triunfos termina en 1938, año que le produce serios reveses. Representa el final de sus giras. Con “Cráter sellado”, publicado este año, concluye su poesía sensorial.
En Méjico ocupa el cargo de agregada cultural de la embajada colombiana. Y se vincula al periodismo, labor que desempeña por más de veinte años. Allí escribirá el resto de su obra, compuesta por siete títulos, y su vida dará un viraje al misticismo y a los temas bíblicos, en los cuales se vuelve erudita.
Nunca conoce el amor ideal. Los hombres se sienten seducidos por la diosa de la poesía y la asedian con pasión. Muchos se imaginan que lo que dicen sus versos es lo que ella practica en la intimidad de su propia vida. Pasado el tiempo, un periodista le pregunta si ha encontrado el amor verdadero, y ella responde: “Desgraciadamente no. Me consagré entonces al estudio bíblico para lograr el conocimiento de Dios. Y ese amor verdadero lo encontré al fin en Cristo”.
En España se edita, en 1960, el libro “Cuando florece el llanto”. Ahora sus poemas son melancólicos y expresan acentos de soledad y olvido. Con “Crepúsculo” (1989) finaliza su obra poética.
El primer contacto que tuve con Laura Victoria ocurrió en agosto de 1985. En aquella ocasión le envié una carta a Méjico, donde residía desde su viaje de Colombia, 45 años atrás, cuando por insuperables problemas conyugales y buscando la custodia de sus hijos, se radicó en el país azteca. Allí permaneció por el resto de sus días, apenas con un receso de tres años, correspondiente a su desempeño como agregada cultural de la embajada de Colombia en Roma.
En aquella carta le expresaba mi admiración por su obra y la extrañeza porque su nombre se hubiera silenciado en el país. Ella me contestó con una sentida manifestación de pesar por su lejanía del suelo patrio y por la dificultad casi insalvable de su regreso. Añoraba su propia tierra, sus paisajes y su gente.
Desde entonces comenzó a perfilarse en mi mente el libro que 18 años después vería la luz bajo el auspicio de la Academia Boyacense de Historia, y que lleva por título “Laura Victoria, sensual y mística”. Es la única biografía que se ha escrito sobre la sublime cantora del amor, a quien el maestro Valencia calificó como una revelación de la poesía colombiana.
Nada fácil resultaba escribir la biografía de Laura Victoria, tanto por la distancia con los sucesos como por la falta de documentos que facilitaran dicho propósito. Luego de leer todos sus libros y obtener datos dispersos sobre su itinerario humano, me impuse la tarea de buscar mayores testimonios que ampliaran mi visión sobre esta vida extraordinaria. A medida que lograba nuevos avances, comprendía que la vida de la poetisa, por lo batalladora, ardorosa y liberada de prejuicios, era apasionante. Y descubrí que allí se escondía una verdadera novela.
Como parte de la investigación, le hice un reportaje extenso que fue publicado en un diario bogotano. En 1988 viajé a Méjico con mi esposa, y durante 15 días tuve con la escritora amplias tertulias sobre el objetivo que perseguía. Al año siguiente, ella nos visitó en compañía de su hija Beatriz –la célebre Alicia Caro del cine mejicano–. Fue esta de 1989, hace 20 años, su última visita a Colombia.
Creo que el ensayo que elaboré sobre su existencia humana y poética presenta el perfil cabal de esta gran protagonista de su tiempo, que rompió los moldes obsoletos de la sociedad puritana y le abrió a la mujer horizontes de libertad. En mi libro está retratada en cuerpo y alma, así lo espero, la mujer valerosa y la brillante poetisa que se fue contra las hipocresías sociales y la esclavitud femenina, y que con sus poemas ardientes estremeció el sentimiento de los colombianos y llevó en alto el nombre de Colombia por los aires de América.
Poesía que no brote del alma no es poesía. Para escribir sobre el amor hay que vivir el amor. No hay poesía sin carne, sin sangre, sin desgarro interior. “Escribe con sangre y verás que la sangre es espíritu”, dijo Nietzsche. La expresividad de la obra erótica de Laura Victoria nace del fuego que calienta su corazón. El mundo de los sentidos se derrama en sus versos porque ella es el calor.
Vive las emociones. Es la suya una obra de latido, de resonancia interior. Expresa los sentimientos de manera natural y los embellece con deslumbrantes metáforas. Es arrullo y cadencia y delirio. Dice Neruda: “¡Ay del poeta que no responde con su canto a los tiernos y furiosos llamados del corazón!”.
Para que el poeta se conecte con el mundo tiene que ser realista. Tiene que impregnar su obra con su llama interior. Si no la tiene, no es poeta. Hay que escribir poesía humana. El poder de la poesía consiste en traducir la realidad y volverla emoción estética.
El erotismo –metáfora y filosofía del sexo– es un pedestal de la vida y del arte. Con esa llama es posible avivar el espíritu y derrotar la tristeza. Laura Victoria, apasionada y romántica, convierte el amor erótico en el eje de sus versos. Su vida está llena de pasión y coquetería, como arma eficaz contra el hastío. En su obra crepitan los sentimientos. Por eso es una poesía humana: se hizo para conmover.
Laura Victoria muere en Ciudad de Méjico, el 15 de mayo de 2004, faltándole seis meses para cumplir los cien años de vida. La Academia de la Lengua, de la que era miembro, le rinde un homenaje con motivo del centenario de su nacimiento. Allí se presenta mi libro biográfico, como tributo a su memoria.
Fue la poetisa más famosa del país en los años 20 y 30 del siglo pasado. Olvidada en Colombia en los últimos tiempos debido a su estadía de 65 años en Méjico, su muerte ha hecho revaluar su nombre como una de las figuras ilustres de las letras nacionales. Orgullo para Boyacá, su comarca grande, y para Soatá, su patria chica.

Texto escrito por Gustavo Páez Escobar

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