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¿Cómo detienen las balas los chalecos antibalas?

Radio Diez de Marzo comparte:

La expresión «a prueba de balas» surgió en el siglo XVI y era empleada para designar una armadura resistente a la penetración de los proyectiles, de forma que el único efecto que se produjera tras el impacto fuera su abolladura.

Para asistir al nacimiento del primer chaleco antibalas tuvimos que esperar hasta bien entrado el siglo XIX. El acontecimiento tuvo lugar en Corea, en donde se comenzaron a confeccionar chalecos para evitar las lesiones por las armas de fuego francesas.

Allí Kim Gi-Doo y Gnag Yoon descubrieron que el algodón, si era lo suficientemente denso, podía proteger el cuerpo humano de las lesiones causadas por los proyectiles. De esta forma se diseñaron los primeros chalecos, compuestos por casi una treintena de capas de algodón.

Uno de aquellos chalecos fue capturado por la Armada de los Estados Unidos en su ataque a la isla de Ganghwa (1871) y llevado a Washington para ser analizado. Hasta el año 2007 estuvo guardado en el Museo Smithsonian, momento en el que fue devuelto a Corea.

De la seda al acero
En 1880 el galeno estadounidense George E Goodfellow realizó investigaciones con chalecos de seda similares a los gambesones medievales (jubones acolchados), que estaban fabricados por una veintena de capas de tela. A través de la experimentación consiguió demostrar que la tela de seda aminoraba el impacto de las balas.

Cuando el siglo XIX estaba a punto de despedirse un comerciante polaco –Casimir Zeglen- desarrolló chalecos antibalas con tela de seda, inspirados en los de Goodfellow, capaces de detener las balas disparadas por pistolas que empleaban cartuchos con pólvora negra.

Estos chalecos fueron enviados al rincón del olvido tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando, el heredero al trono austro-húngaro, ya que falleció mientras llevaba puesto uno de esos chalecos.

Durante la Primera Guerra Mundial se hicieron especialmente célebres los chalecos fabricados en acero al cromo-níquel, compuestos por un peto y un casco. El principal problema de estos equipos «a prueba de balas» es que pesaban unos 18 kilos, lo que dificultaba enormemente los movimientos.

En la Segunda Guerra Mundial se utilizaron tanto armaduras -enormemente pesadas- como chaquetas fabricadas de tela de nailon que llevaban placas de acero en su interior, capaces de detener las esquirlas de los proyectiles antiaéreos.

Mejor con Kevlar
En el año 1965 llegó la solución definitiva. Ese año Stephanie Kwolek, una investigadora de la empresa francesa Dupont, consiguió un material revolucionario a través de la precipitación y coagulación de soluciones cristalinas, y al que bautizó como Kevlar.

Se trataba de un polímero sintético de poliamida con una serie de singularidades que lo hacían especialmente atractivo: el Kevlar 29 y el Kevlar 40 tienen una resistencia de hasta ocho veces mayor que el alambre de acero, es capaz de resistir elevadas temperaturas y no se degrada hasta descender a los -196ºC.

El mecanismo por el cual este polímero evita el daño de las balas en el organismo se basa en captar la energía de la bala y detenerla, capa tras capa, para evitar que llegue a perforar completamente el chaleco. Para dispersar la energía cinética es preciso entrelazar las fibras y recubrirlas con una resina. En otras palabras, se podría decir que los chalecos antibalas con Kevlar no son a prueba de balas, son resistentes a las balas.

Su efectividad depende en gran medida de la velocidad de la bala, si es baja es más sencillo detenerla, pero sin son disparadas a gran velocidad o tienen forma puntiaguda resulta mucho más complicado impedir que perforen el chaleco.

A partir de su descubrimiento surgieron otros materiales –twaon y zylon– que han quedado relegados a un segundo plano debido a que tienen unos costes más elevados y una fabricación mucho más compleja que el Kevlar.

Tomado de: https://www.abc.es/ciencia/detienen-balas-chalecos-antibalas-20230210002307-nt.html

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