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“Cómo sobreviví al suicidio colectivo de Jonestown”, la tragedia en la que murieron más de 900 personas

Este 18 de noviembre se cumplieron 40 años de lo que se considera “el mayor suicidio colectivo de la historia”, en el que más de 900 personas murieron en una comunidad en Guyana establecida por el pastor evangélico estadounidense Jim Jones.


En el marco de este aniversario, una de las sobrevivientes, Laura Johnston Kohl, habló con la BBC sobre cómo pudo escapar de la muerte y cómo reconstruyó su vida después de la tragedia.
Para 1970, cuando se unió al Templo del Pueblo en California, a los 22 años, ya había recibido gas lacrimógeno en una protesta contra la guerra de Vietnam, trabajado con las Panteras Negras y asistido al famoso festival de Woodstock en 1969.

“Mi vida era un lío, tuve un matrimonio fallido y estaba buscando un lugar para ser política en un ambiente más seguro después de una serie de malas decisiones”, dice.
Acudió a unas pocas reuniones en la sede del grupo en Redwood Valley, en el norte de California, y pronto fue conquistada por sus ideales de benevolencia e igualdad racial.
Jim Jones, un carismático pastor evangélico, había fundado el Templo del Pueblo como una comunidad religiosa racialmente integrada en Indianápolis en 1956, antes de trasladarse a California una década más tarde.
Jones hablaba de un inminente apocalipsis nuclear, y creía que su comunidad “socialista apostólica” podría prosperar después de eso.
El grupo, aunque religioso, fue fundado sobre ideales socialistas, y proveía atención sanitaria y otros servicios sociales a sus miembros.
“Era la comunidad que yo estaba buscando, yo estaba buscando igualdad y justicia, y había gente de todos los orígenes y razas”, dice Laura.
“En 1974, el líder espiritual Jim Jones dijo que quería que encontráramos un lugar lejos de todas las drogas y alcohol en Estados Unidos”, recuerda.
“Encontramos Guyana, en Sudamérica, que era el país perfecto para movernos. Era un país precioso con áreas remotas que podíamos poblar”.
En 1977, Laura y otras cientos de personas dejaron sus vidas para asentarse en el Proyecto Agrícola del Templo del Pueblo, informalmente conocido como Jonestown, derivado el nombre de su líder.
“No me preocupaba trasladarme allí. Era aventurera y me encantaba la oportunidad de vivir en el bosque”, cuenta Laura.
El “paraíso socialista” en el extranjero le permitiría a Jones y su grupo practicar su estilo de vida lejos del intenso escrutinio mediático que había empezado en California.
Pero no era el paraíso completo que les prometieron.
El asentamiento, en el norte de Guyana, era extraordinariamente remoto, y se vio afectado por deficiencias agrícolas que impedían que el grupo fuera autosuficiente.
Los miembros del grupo vivían juntos en pequeñas casas comunales, y trabajaban largos días bajo un calor sofocante. Sus vidas cotidianas estaban cada vez más politizadas.
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Laura vivió en el sitio principal de Jonestown hasta octubre de 1978.
“Mi trabajo allí era significativo y satisfactorio”, recuerda. “La gente del Templo del Pueblo era con quien quería vivir toda mi vida”.
“Era gente maravillosa. Otros sobrevivientes podrían decir lo contrario, pero para mí, era una delicia. No fue una parte infeliz de mi vida”.
A finales de octubre, Jones le pidió a Laura moverse a Georgetown, la capital de Guyana , para trabajar en la sede de la iglesia.
Ella cree que su reubicación fue un movimiento calculado de Jones, provocado por el creciente escrutinio y la inminente visita del congresista californiano Leo Ryan.
El político encabezaba una expedición de investigación al complejo, después de que familiares en Estados Unidos expresaron su preocupación por que sus seres queridos estuvieran siendo retenidos contra su voluntad.
En un caso de alto perfil, los padres desertores de un niño llamado John Victor Stoen, que Jones afirmó que era su hijo, lucharon públicamente por la custodia.
Y mientras tanto, recuerda Laura, “el estado mental de Jim Jones se estaba deteriorando y el experimento de Jonestown comenzaba a fallar”.
“La gente acusaba a Jim Jones de secuestrar a sus hijos, y sus secretarias habían huido con información escandalosa sobre lo que estaba sucediendo”.
En mayo de 1978, una ayudante cercana de Jones, Deborah Layton Blakey, se escapó de Georgetown para buscar refugio en la embajada estadounidense.
Presentó una declaración jurada en la que hablaba sobre el “control tiránico” del mesiánico Jones, de quien dijo que emitía sermones en altavoces durante horas, llenos de teorías de la conspiración sobre el gobierno estadounidense, desertores y familiares preocupados.
Ella también reportó que en el complejo había escasez de comida y a veces los residentes estaban plagados de enfermedades como la diarrea.
“Jonestown no estaba preparado para tanta gente, éramos 1.000, y no éramos autosuficientes. Así que Jim Jones sentía la presión”, recuerda Laura.
“Su adicción a las drogas y sus trastornos de personalidad empeoraron. Cada vez tenía menos capacidad para funcionar”.
Los sobrevivientes recuerdan las “noches blancas”, que tenían lugar a veces semanalmente, en las que Jones declaraba una crisis sobre la seguridad del complejo.
A veces, involucraban simulacros de suicidio masivo en los que los seguidores, incluidos los niños, se alineaban y bebían un líquido, que se les decía que estaba lleno de veneno, como prueba de lealtad.
Cuando el congresista Ryan llegó en noviembre, llevó a familiares preocupados y periodistas para documentar el viaje.
Tras una resistencia inicial, se permitió el acceso al grupo y se les dio recorridos que mostraban una representación agradable de la vida cotidiana en el complejo.

Charles Krause, reportero del Washington Post, recordaría: “Contrariamente a lo que los ‘familiares preocupados’ nos habían dicho, nadie parecía morir de hambre… todos parecían bastante saludables”.
El grupo se quedó fuera del complejo a pasar la noche y volvió al día siguiente. Durante su tiempo allí, se le acercaron al menos una docena de seguidores que pedían regresar a los Estados Unidos con ellos.
Cuando la delegación esperaba el vuelo de regreso, una cohorte de hombres armados del Templo del Pueblo les tendió una emboscada y abrieron fuego, matando a cinco personas, incluido el congresista Ryan.
De vuelta al complejo, Jones simultáneamente instó a sus más de 900 seguidores a que se quitaran la vida, advirtiendo que los militares de Guyana invadirían el lugar y se llevarían a sus hijos debido a lo ocurrido con la delegación estadounidense.
El ponche de frutas se mezcló con cianuro y fue distribuido, como en los simulacros.
“Jim Jones era un estafador: hizo que todos sintieran que era su padre”, dice Laura.
“Él les decía: ‘No puedes volver, no tienes dinero’, lo cual era cierto. Habían puesto todo en la iglesia”.
“Temían las repercusiones de la muerte del congresista”, dice. “Les mentía todos los días, les creaba paranoia. No tenían ningún recurso”.
“Todo el mundo está muerto”
De vuelta en la sede de Guyana, a 240 km, los miembros fueron alertados de la orden.
“La secretaria de Jim Jones, Sharon Amos, recibió un mensaje en la radio enviado a Georgetown, San Francisco y Redwood Valley”, recuerda Laura.
“Decía: ‘Todos en Jonestown están muriendo o muertos. Todos los demás tienen que cometer suicidio revolucionario en este momento. Todos lo estamos haciendo en este momento'”.
Laura dice que los dos hijos de Jones, que estaban de visita en la capital como parte del equipo de baloncesto del Templo, rechazaron seguir las instrucciones y les dijeron a las otras sedes que las ignoraran.
Ella había salido del edificio cuando llegó el mensaje, y regresó para encontrar a las fuerzas de defensa nacional de Guyana llevándose las bolsas con los cuerpos de la secretaria y sus hijos.
“Es difícil saber qué habría pasado si yo y los demás en Georgetown hubiéramos recibido esas instrucciones”, dice ella. “Teníamos opciones allí, se podía caminar por la calle y ver a la gente, subir a un automóvil o ingresar a una embajada”.
“Creo que si estuviera en Jonestown y viera a 900 personas a las que amaba tomar una decisión, no puedo imaginar querer sobrevivir a eso”.
Laura dice que de vuelta en la sede, comenzaron a escuchar informes sobre el número de muertos en Jonestown: primero 300 muertos, luego 600.
“Estábamos todos devastados. Estábamos llorando, como ahora sigo llorando. Era un desastre. Muchos de nosotros estábamos inconsolables”, dice.
“Varias personas fueron para tratar de identificar a algunos de los cuerpos”.
“Sus cuerpos quedaron a la intemperie, en medio de la selva tropical, en un país extranjero. No hay realmente una manera de saber exactamente cómo murió cada quien. Simplemente fue horrible”.
La cifra de muertos, incluidos los asesinatos en la pista de aterrizaje y al propio Jones, alcanzó las 918 personas.
Krause, quien sobrevivió a la emboscada y fue el primer periodista autorizado a entrar en la escena de la masacre, dijo que incluso los perros y el chimpancé que vivían en Jonestown murieron junto con los residentes.
“Me di cuenta de que Jones había tenido la intención de no dejar nada, ni siquiera a los animales, para dar testimonio del horror final. No habría sobrevivientes”, escribió poco después en el Washington Post.
Hasta el 11 de septiembre de 2001, Jonestown tenía el oscuro récord del mayor número de muertes intencionales de civiles en un solo evento en la historia de Estados Unidos.
Laura regresó a Estados Unidos a fines de noviembre de 1978 y volvió a la comunidad del Templo del Pueblo en California, una decisión, dice, sobre la que no tuvo reparos.
“Eran mi familia. Había vivido con ellos durante ocho años, los conocía muy íntimamente”, dice. “Nunca tuve ningún miedo. Jim Jones fue el único que se vio involucrado en las muertes”.
“Habíamos pasado juntos por este trauma colectivo. Y tenía sentido pasar por el proceso de curación juntos”.
“Mi madre y mi hermana no podían entender cómo había entrado en el Templo, cómo me quedé allí… no pudieron comprenderlo. No pudieron entender la pérdida”.
Después de un año en el Templo del Pueblo, Laura se unió a otra comunidad donde conoció a su esposo y vivió durante una década en la que tuvieron un hijo juntos.
“Luego dije: ‘Ya terminé, quiero ser una adulta ahora’. Regresé a la escuela y empecé a enseñar en 1995”, dice Laura.
“Sin cierre”
Tras evitar hablar de esa experiencia traumática durante casi dos décadas, Laura finalmente se encontró con los sobrevivientes del Templo por primera vez en 1998.
“No había habido ningún foro para tener discusiones hasta entonces”, dice ella. “Veinte años después, finalmente pudimos sentarnos en un círculo y conversar sobre lo sucedido”.
El aniversario, el 18 de noviembre, se ha convertido en un día para que ella y otros honren las más de 900 vidas que se perdieron.
“Conocer a estas otras personas por estos aniversarios me ha ayudado a reconstruir mi vida. La realidad es que no solo soy Laura Kohl, soy la Laura Kohl que fue al Templo del Pueblo, que sobrevivió al Templo del Pueblo y que continúa siendo formidable”, dice.
“Es una parte muy importante de mí. Soy quien soy porque sobreviví al Templo del Pueblo. Me impulsa todos los días”.
“No hay un cierre para Jonestown, no se puede arreglar”, concluye.
“Podría odiar a Jim Jones, pero ¿y qué? Ya murió. No tiene sentido vivir con odio”.
“En cambio, educo a la gente sobre los cultos. Hablo mucho sobre tomar tus propias decisiones”.
“Una gran familia disfuncional”
Décadas después, el memorial de este domingo reunió a algunos sobrevivientes y sus familiares por primera vez.
“Somos una gran familia disfuncional. No importa si fuiste alguien que demandó a Jim Jones o alguien que estuvo allí hasta el último día, fuimos sobrevivientes y lo logramos”, dice.
“Estamos aquí 40 años después y eso es algo para celebrar”.
“A veces, cuando nos reunimos, hablamos o cantamos canciones. Es un tiempo y espacio sagrado. Olvidamos que hay otro mundo”, dice Laura.
“Ahora siento tristeza por haber perdido buenos amigos: estoy triste porque perdí algunas de las mejores personas que he conocido en mi vida, personas que estaban tan comprometidas que perdieron la vida”.
“Vi una comunidad absolutamente fantástica de todas las razas, todos los orígenes, todos los niveles socioeconómicos e hicimos un trabajo magistral creando esta comunidad para 1.000 personas”, dice Laura. “Ese tipo de comunidad puede existir: no dependía de Jim Jones, dependía de personas realmente comprometidas”.
“Eso me da mucha esperanza, infunde confianza en que las personas maravillosas pueden hacer cosas maravillosas. Todavía soy una activista. Sé que podemos hacer una diferencia, la vi y no me rindo”.
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