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Death Valley: cómo es el valle de la Muerte, el sitio más caluroso del planeta

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La vegetación es casi inexistente en las planicies del valle de la Muerte.

Bienvenidos al valle de la Muerte, un lugar que, según los expertos, se encuentra entre los más calientes de nuestro planeta y en el que se han batido los récords de calor en los últimos años.

En este inhóspito paraje de geografía marciana situado en el desierto del Mojave, en el este de California, el 30 de junio de 2013 el termómetro marcó la temperatura más alta jamás registrada: 53,8 °C.

El record se mantuvo solo 7 años, pues este 16 de agosto alcanzó 54,4 °C, una nueva marca (desde que se tienen registros confiables).

Habitado durante al menos 1.000 años por la tribu de los Timbisha, el valle de la Muerte recibió su nombre de los aventureros que se atrevieron a cruzarlo a principios del siglo XIX, atraídos por la fiebre del oro.

En 1994 fue declarado Parque Nacional y hoy cerca de un millón de personas lo visitan cada año para disfrutar de su espectacular paisaje desértico.

Adentrarse en este lugar no parece una buena idea.

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El ser un lugar con un clima tan extremo atrae a muchas personas a un arriesgado paseo.

Pero uno no se da cuenta de lo arriesgado de la empresa hasta que ya no hay marcha atrás y, bajo un sol abrasador, lo único que se tiene por delante es una carretera que parece llevar al infinito.

“Si te pierdes, en un par de días encontraremos tu cuerpo”
La primera parada del recorrido la hago, obligado, en el punto de información que se encuentra en una de las entradas del parque.

El sistema de navegación de mi teléfono hace ya rato que dejó de funcionar por falta de cobertura y no me queda más remedio que recurrir a un mapa tradicional.

La mujer que me atiende me pregunta con un tono inquisidor si tengo la intención de bajar hasta la cuenca de Badwater, la parte más profunda y caliente del valle.

Tras recordarme los riesgos y asegurarse de que llevo suficientes provisiones de agua en el auto, bromea: “No te preocupes. Si te pierdes, en un par de días encontraremos tu cuerpo”.

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Cerca de un millón de personas visitan cada año el Valle de la Muerte.

Una pareja de franceses acompañada por sus dos hijas observa divertida la conversación. Luego me cuentan que habían viajado al valle de la Muerte con la intención de acampar aunque, tras darse cuenta de que no podían salir del auto durante más de cinco minutos, desistieron de su idea y pasaron la noche en un motel.

“Ha sido una experiencia excelente. La experiencia más caliente de nuestras vidas”, me dicen entre risas.

La cuenca de Badwater
Con mi primer objetivo marcado en el mapa, recorro los 100 kilómetros que me separan de la cuenca de Badwater, la atracción más emblemática del parque.

Situado a 85,5 metros por debajo del nivel del mar, este lugar es el punto más bajo de América del Norte y uno de los más secos y calientes del mundo.

Las precipitaciones anuales en la cuenca -cuya superficie está cubierta por una gruesa capa de sal- no alcanzan los 50 milímetros y algunos años no ha llovido en absoluto.

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La cuenca de Badwater es el punto más bajo de América del Norte y uno de los más secos y calientes del mundo.

Las temperaturas infernales que se registran en Badwater, especialmente en los meses de verano, tienen mucho que ver con la geografía del lugar.

Cuando el aire a nivel del suelo se calienta, empieza a ascender, aunque queda atrapado por las montañas circundantes y la presión atmosférica, por lo que va de nuevo hacia abajo.

Ello crea corrientes de aire caliente circulares que hacen que, aunque se esté a la sombra, el calor sea insoportable. Según los meteorólogos, aquí se registran las temperaturas constantes más altas de la Tierra.

Al llegar a la cuenca salgo del coche dispuesto a unirme a la docena de turistas que está tomando fotos. Nada más abrir la puerta, una bocanada de aire abrasador me golpea en la cara. Es cerca de mediodía y no hay tiempo que perder.

Pese a llevar la cabeza bien cubierta, empiezo a sentir cómo sube la temperatura de la montura de mis gafas de sol y el sudor recorre mi cara.

A los pocos minutos mi cámara de fotos, igual que el teléfono que llevo en el bolsillo, se ha calentado tanto que casi no puedo sostenerla, con lo que decido que es el momento de regresar al coche.

Me detengo un instante junto a la camioneta de un equipo de una cadena de televisión estadounidense. Han colocado una sartén en el suelo con un termómetro. La temperatura que marca: 153ºF (70° C).

 

Tomado de

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