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El extraño origen del Día de la Bicicleta y el primer viaje en LSD del Dr. Hofmann, hoy hace 75 años

Un 19 de abril de 1943, hace 75 años, Hofmann experimentó el primer viaje de LSD en toda su intensidad; este episodio ha devenido extrañamente en el Día Mundial de la Bicicleta, un viaje un poco distinto.


Este 19 de abril se celebra el Día Mundial de la Bicicleta, una festividad que cada vez parece volverse más popular y que tiene un extraño origen. Entre la proliferación de festividades seculares que se han establecido en los últimos años -la mayoría inanes-, el Día de la Bicicleta parece tener cierto sentido: un día para no usar el coche, reflexionar sobre los efectos de la contaminación y pasear por las calles soleadas en la primavera boreal. Sin embargo, todo esto es una curiosa apropiación de un día hace exactamente 75 años en el que el doctor Albert Hofmann, después de hacer el primer experimento con LSD, regresó a su casa en bicicleta, apanicado y maravillado por los efectos de esta sustancia psicoactiva.
El Día de la Bicicleta comenzó a celebrase en 1985, cuando Thomas B. Roberts, profesor de la Universidad de Illinois, tuvo el buen sentido del humor de celebrarlo un 19 de abril siguiendo aquel evento epifánico de Hofmann. Curiosamente, hoy muchos gobiernos utilizan la celebración para promover sus acciones en materia de urbanismo y algunos mandatarios van al trabajo en bicicleta, emulando así el memorable viaje en LSD de Albert Hofmann (algo que probablemente ignoran). El Día de la Bicicleta se suma a otras celebraciones, como el Día de San Valentín o la misma Navidad, que tienen un origen pagano que se pierde en el tiempo, ocultado por la fachada del mercantilismo. Los gobernantes festejan la fecha con procesiones mediáticas en bici, y los dealers con la legendaria planilla de los Alpes verde, un hombre gozando en bici y la coniunctio del Sol y la Luna (una imagen que tal vez habría apreciado Carl Jung, quien se encontraba no muy lejos de Hofmann en esa época, justamente en su etapa de investigación alquímica).

En su libro LSD: My Problem Child, Hofmann relata cómo aconteció -de manera un tanto accidental- el descubrimiento de las propiedades psicoactivas del LSD. Hofmann se encontraba investigando la ergotamina, cuando, afrontando un impasse en su investigación farmacológica, recordó de manera intuitiva que anteriormente había investigado las propiedades del LSD, sustancia que le había parecido “relativamente poco interesante”. 5 años después de haberlo sintetizado, Hofmann volvió a producir LSD-25. El 16 de abril de 1943, en Sandoz, Suiza, Hofmann se encontraba trabajando con la sustancia cuando se vio obligado a interrumpir su trabajo debido a una sensación de “inquietud, combinada con leve mareo… un estado similar a un sueño… cerrando los ojos percibí un flujo ininterrumpido de imágenes fantásticas, formas extraordinarias, con un intenso juego de colores caleidoscópicos”. Hofmann había consumido accidentalmente una leve dosis de LSD. Como luego diría Robert Anton Wilson respecto de este episodio de serendipia, parafraseando a Oscar Wilde, “todos los hombres derraman la bebida que aman”.
Por suerte Hofmann era un científico cuidadoso y entendió que para que el LSD le hubiera provocado el efecto que le causó, debía de ser una sustancia sumamente potente, ya que lo más probable era que un leve trazo de la sustancia hubiera sido absorbido durante la cristalización a través de la punta de sus dedos. El LSD es entre 5 mil y 10 mil veces más potente que la mescalina. Tres días después, el 19 de abril de 1943, Hofmann decidió experimentar los efectos de la sustancia de manera voluntaria. No había otra forma de resolver el misterio. El buen doctor ingirió 0.25mg de LSD en 10cc de agua a las 16:20 de la tarde (la hora que luego sería la famosa 4:20 de los fumadores de cannabis, aunque por otras razones). A las 17:00 empezaron los efectos; primero notó mareo, ansiedad, distorsiones visuales y un “deseo de reír”. A las 18:00 el doctor inició su viaje de regreso a casa en bicicleta inmerso, ahora sí, en los efectos sobrecogedores de la sustancia; su asistente de laboratorio tuvo que conducir la bicicleta y guiarlo a casa. En su bitácora anotó: de 18:00 a 20:00, “la crisis más severa”. Era necesario atravesar un poco de infierno. “Pese a mi condición delirante, salvajemente confusa, tuve breves períodos de pensamiento claro y efectivo”. El doctor Hofmann tomó leche para contrarrestar la toxicidad. No podía pararse y, ya en casa, la habitación se transformó en un grotesco carrusel. La mujer que le trajo la leche ya no era Mrs. R, sino:
una malévola, insidiosa bruja con una máscara de colores. Pero peor que estas alteraciones demoníacas del mundo exterior era lo que percibía en mí mismo, en mi ser interior. Cualquier intento de evitar la desintegración del mundo exterior y la disolución de mi ego parecía un esfuerzo fútil.
El doctor empezó a pensar que se estaba volviendo loco -o que estaba muriendo-; una serie de pensamientos paranoicos se precipitaron por su mente.
Un médico visitó a Hofmann y notó que sus signos vitales estaban bien; no parecía encontrarse en peligro. El horror empezó a desvanecerse y en la medida en que pudo convencerse de que la locura había pasado, una “sensación de buena fortuna y gratitud” empezó a asentarse. El doctor escribió en su relato que las percepciones acústicas se convertían en imágenes coloridas, experimentado una sinestesia inducida por la sustancia. Su esposa regresó de Lucerne y Hofmann pudo dormir relativamente bien. Al día siguiente se sentía “refrescado, con una mente despejada, aunque un poco cansado físicamente… Cuando caminé en el jardín, en el que el Sol brillaba después de la lluvia, todo resplandecía con una nueva luz. Como si el mundo hubiera sido recién creado”.
Después de esta aterradora y fascinante experiencia, un par de psiquiatras colaboradores de Hofmann experimentaron con dosis mucho más pequeñas de LSD -el umbral de la droga es de 0.02mg- y a partir de sus vivencias se aprobarían las primeras pruebas con animales. 4 años después, el LSD empezaría a usarse en psicoterapias experimentales de manera muy promisoria. Sin embargo, luego llegaría Tim Leary y su excesivo entusiasmo lanzaría la “revolución psicodélica” de los años 60, la cual acabaría haciendo que la sustancia fuera prohibida. Hofmann escribió que nunca pensó que el LSD fuera a convertirse en una “droga de placer” y que la historia muestra que cuando esto ocurre, “sobrevienen consecuencias catastróficas”. Pasarían décadas hasta que el LSD fuera sacado del calabozo médico y otra vez -ya en este milenio- la comunidad científica lo considerara como un interesante agente terapéutico. Esta era la intención de Hofmann, quien veía al LSD como una sustancia terapéutica o medicinal y no recreacional.

Texto y foto de Pijamasurf.com

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