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En qué otros lugares de nuestro cuerpo tenemos neuronas (además del cerebro) y para qué sirven

La culpa de que pensemos que las neuronas están solo en nuestro cerebro es de un español. El científico y Premio Nobel de Medicina Santiago Ramón y Cajal que dibujó por primera estas células en nuestra cabeza.

Sus descubrimientos sobre el sistema nervioso central prevalecen a día de hoy y por eso se le considera el padre de la neurociencia moderna.

Pero el sistema nervioso es el más complejo y sofisticado de nuestro organismo y todavía está lleno de misterios para los científicos.

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Sabemos que tiene tres funciones básicas: la sensitiva, la integradora y la motora.

La sensorial se da cuenta de los cambios internos y externos gracias a los llamados receptores, los órganos receptivos. Percibe, por ejemplo, los cambios de luz, de presión, el calor, el frío etc.

La función integradora analiza toda la información de diferentes partes del sistema nervioso, la combina y así puede producir una respuesta adecuada. Por ejemplo, taparse si hace frío o destaparse si hace calor.

También tiene la capacidad motora que provoca respuestas en los músculos y en las glándulas para que actúen o no, según sea necesario.

Para llevar a cabo estas funciones, el sistema nervioso cuenta con grupos de neuronas especializadas en distintas partes del cuerpo que no se restringen solo a nuestro seso.

Más allá de la cabeza

Este sistema se divide principalmente en dos: el central y el periférico.

El primero lo componen el cerebro, con hasta 86 mil millones de neuronas y la médula espinal, que conecta nuestro cerebro con el resto del cuerpo. Tanto uno como otra son grandes núcleos de neuronas que transmiten información desde y hacia el cerebro.

Pero hay otro gran cúmulo de neuronas en el sistema nervioso periférico, cuyo núcleo central es el ganglio que se encuentra dentro del sistema digestivo. Si no tuviéramos neuronas en esta parte de nuestro cuerpo, algo tan importante como procesar los alimentos que tomamos sería imposible.

Lo asegura el neurocientífico Calvin Chad Smith, del University College de Londres, en conversación con BBC Mundo.

“Las neuronas de nuestro sistema digestivo se encargan de contraer y relajar los músculos que mueven los alimentos a través de los órganos y también controla la secreción que ayuda a dividir la comida para que las células puedan obtener su alimento a través de la sangre”.

El sistema periférico está compuesto además por nervios, que funcionan como canales y vías de información que ayudan a transmitir información desde y a cada rincón de nuestro organismo.

Pero las funciones del sistema periférico van más allá de ayudarnos en la digestión.

El doctor Smith explica que hay dos funciones principales que realiza el sistema periférico.

“Una es llevar información del sistema central al periférico para, por ejemplo, ordenar la contracción de un músculo. Un ejemplo de esto sería si yo quiero agarrar un vaso, mi cerebro le manda esa información al sistema nervioso periférico que ejecuta la orden”.

La segunda tiene que ver con nuestra nuestra percepción sensorial. Saber dónde están tus extremidades sin tener que mantener contacto visual o sentir las diferencias de temperatura o de altitud, por ejemplo.

“La razón por la que puedes sentir presión o calor en tus dedos o en cualquier otra parte de tu cuerpo es porque las neuronas especializadas del sistema periférico tienen esa función sensorial específica, sin ellas no podrías descifrar esa información”, aclara el científico.

Interconectado
Todo en el sistema nervioso está interconectado.

“Ninguna parte funciona de forma aislada, tanto el central como el periférico necesitan trabajar juntos”, especifica Smith.

El cerebro actúa por tanto como el gran procesador de toda la información que recibe tanto del sistema periférico como de la médula espinal. Todas las partes están involucradas.

“Puedes tener los nervios intactos pero si las neuronas sensoriales del ganglio no funcionan correctamente, no vas a sentir dolor”, advierte el científico.

El doctor Smith recuerda el caso documentado por la BBC de Ian Waterman. Un hombre con una enfermedad infecciosa que inhabilitó a las neuronas del ganglio. Por culpa de esta infección dejó de saber dónde estaban sus extremidades y no podía caminar ni mover los brazos.

“Finalmente volvió a andar aprendiendo a utilizar su visión. Tenía que mirar a la pierna y ordenarle al cerebro que la moviese mientras mantenía ese contacto visual. Un proceso mucho más lento”.

Cuando todo funciona correctamente, aclara, las neuronas del sistema periférico lo hacen sin necesidad de que tengamos que prestar atención ni pensar en ello.

Protección
Pero hay excepciones en las que la información no pasa necesariamente por el cerebro, al menos no a priori. Ocurre cuando necesitamos una respuesta rápida.

Son los conocidos como actos reflejos y se activan para protegernos o en señal de alerta.

“Esa es una función especializada de la médula espinal que busca una respuesta rápida a algún tipo de estímulo por una cuestión de protección sin tener que pasar necesariamente por el cerebro porque la reacción llevaría más tiempo”.

Es lo que ocurre por ejemplo cuando sentimos un chorro de agua muy caliente en nuestra mano y la apartamos rápidamente para no quemarnos.

“Aún así, esa información acabará pasando por el cerebro después de realizar el movimiento y es por eso que llegamos a sentir dolor”, puntualiza el científico.

El cerebro acaba por tanto de recibir esa información y la almacena. La próxima vez que abramos ese grifo, nuestro cerebro mandará una señal de alerta recordando el incidente.

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