La historia de la falsa heredera en EE.UU. y la ciencia de mentir

Entró vistiendo un vestido blanco de diseñador y portando unas gafas negras, caminando con soltura y elegancia. Miró a quienes la esperaban con cara de pocos amigos, como quien está allí haciendo un favor. Se sentó, rodeada de decenas de personas y por fin miró a la jueza a los ojos. No le quitaron la esposas. Al final del juicio, Anna Delvey, la falsa rica heredera que engañó a Nueva York, fue condenada a entre 4 y 8 años de cárcel.
Durante las horas en el tribunal la mujer pidió detener en varias oportunidades el juicio. La razón, según le dijo a la jueza, “problemas de armario” que debía solucionar con su diseñador personal. Pese a su inminente sentencia, Delvey se mantuvo fría.
La escena parecía de mentira. Durante casi 1 año todo en la vida de Delvey fue falso, desde su apellido, que en realidad es Sorokin, hasta su supuesta familia, sus amigos y el dinero de su cuenta.
Sorokin nació en Rusia, en una familia liderada por un hombre que manejaba un camión. Migró en su adolescencia a Alemania y en noviembre de 2016 llegó a Estados Unidos dispuesta, según dijo su defensa, a abrir un club exclusivo en Manhattan.
Solicitó un crédito de más de 20 millones de dólares que aunque le fue negado, le permitió acceder a 100 mil dólares. Este fue el capital para construir un mundo de mentira que la hizo conocida en los círculos más exclusivos de la Gran Manzana.
“Embrujó a una ciudad donde todo brilla, donde todo lo que uno quiere puede ser comprado. Anna era un hermoso sueño de Nueva York, como una de esas noches que parecían no terminar nunca”, escribió Rachel Williams en una columna para la revista Vanity Fair. Se hospedó en caros hoteles de esa ciudad, regaló a conocidos y desconocidos caras botellas de champagne y organizó lujosas fiestas con los invitados más exclusivos de la ciudad.
Se hizo amiga de ellos y comenzó a viajar gratis en sus jets privados, a ser una cara familiar en ese mundo que la mayoría no logra siquiera imaginar. Finalmente, tras una cuenta de más de 11 mil dólares sin pagar, un hotel llamó a la Policía y la experta estafadora cayó.
Sus víctimas, aquellos que nunca imaginaron que la mujer no era quién decía ser, siguen declarando a la prensa de ese país su asombro y su repulsión por la mentira, el engaño.
Y aunque Sorokin sí que lo llevó a un extremo, ¿es especial su caso?
Mentir para sobrevivir
Cuando Dios le pregunta a Adán quién se comió la manzana, él miente. Cuando el lobo idea un plan para matar a Caperucita, miente; y cuando ella lo descubre, miente para vengarse. La mentira es una condición siempre presente en los relatos, la historia y la vida humana. Y aunque pueda parecer difícil de creer y moralmente complicado de aceptar, mentir es una muestra de inteligencia.
“La mentira es un indicador de inteligencia en los niños. Tener la capacidad de mentir demuestra que un niño es capaz de entender los hechos e interpretar la realidad”, explica el psicólogo Juan G. Vázquez. La función de la mentira en el plano meramente evolutivo tiene un carácter muy social. Mentir posibilita en muchas ocasiones cooperar con los demás y mantener una sociabilidad positiva.
Los humanos, de hecho, no son los únicos seres capaces de engañar. Juan David Giraldo Rojas, director de Psicología de la Universidad de Medellín, resalta la capacidad evolutiva de engañar con la que vienen dotadas especies animales y vegetales. “Hay arañas que crean distracciones para poder alimentarse; especies que tienen camuflaje para mimetizarse y plantas carnívoras que utilizan olores falsos para atraer a sus presas”.
Si mentir no es una condición especialmente humana y de hecho es un dote evolutivo y adaptativo que representa ventajas para la convivencia e incluso supervivencia de la especie, ¿cuándo se pasa la línea donde esa capacidad deja de ser positiva?
Engañar porque sí y porque no
Aunque la mentira en su función social busca una mejor cooperación humana, el engaño también puede pretender compensaciones o ganancias individuales. Es en ese plano donde se ubican los engaños que buscan manipular a otra persona. Pero antes incluso de ello, el mentiroso debe crear un autoengaño.
“Generalmente, la persona que pretende mentir sobre, por ejemplo, la vida que lleva, se debe creer ese engaño él mismo. Si yo le quiero hacer creer a otro algo que no es verdad, tengo que mostrarme convincente y seguro”, explica Giraldo. La puesta en práctica de la mentira a esos niveles de forma repetitiva genera un cambio en el cerebro.
Según el experto, se activan áreas que permiten controlar las reacciones físicas naturales que se tiene al mentir. “Por ejemplo, una persona que no miente a esos niveles, cuando por alguna razón lo intenta, lo hace mal. Se pone rojo, baja su mirada, gaguea, suda. Cuando se logra una experticia en este tipo de engaños, el sujeto es incluso capaz de controlar esas respuestas y evitarlas”, señala.
Por supuesto lograr esto facilita que la otra persona, objeto del engaño, lo crea más fácil. El doctor Vázquez, agrega, además, que los sujetos que engañan a ese nivel logran la capacidad de comenzar incluso a anticipar los deseos y pensamientos del otro. De esta manera, por ejemplo, se adelantan dando explicaciones no pedidas.
“Por ejemplo, si esa persona está diciendo que tiene plata pero sus zapatos son viejos, rotos y sucios, en cuestión de milésimas de segundos tiene la capacidad de reconocer que el otro va a tener ese pensamiento y adelantarse con explicaciones convincentes y dichas en completa naturalidad”, explica.
Al final, mentir se vuelve una costumbre para estas personas. Engañan con claros objetivos de ganancias, pero también lo hacen cuando no hay nada a cambio. Se vuelve una condición natural de su día a día. ¿Hay un punto de no retorno?
Trastornos mitómanos
En esos casos, los expertos ya no hablan de la mentira como una condición inherente a la vida humana. “Los sujetos que engañan de esta forma, compulsivamente, ya sufren de un trastorno. Esto es producto de condiciones o hechos de su vida”, dice Giraldo.
Un niño que comenzó a mentir y descubrió que cada engaño repercutió en grandes beneficios e incluso en aceptación social, es posible que asocie eso a la mentira. “Generalmente también estamos hablando de personas con grandes vacíos emocionales e incluso con complejos narcisistas”, añade el doctor Vázquez.
Posiblemente Sorokin haga parte de este grupo de personas. La buena noticia es que hay un punto de retorno, donde con acompañamiento psicológico al sujeto y a su grupo social más cercano se puede revertir esa conducta y volver a los niveles naturales o normales de la mentira.
La mala es que tras el intento de crear una vida paralela falsa se esconde una insatisfacción con la propia. ¿Tendrá responsabilidad en esa sensación la sociedad de las redes sociales y las vidas “perfectas”?
Publicación extraída de EL COLOMBIANO, nota escrita por Juan Diego Quiceno.