Las ùltimas horas de Jesús con vida, antes de ser muerto en el madero
Cuando los líderes religiosos se llevan a Jesús, sus apóstoles huyen. Se asustan, y lo dejan solo con sus enemigos. Pero los apóstoles Pedro y Juan no se van muy lejos. Van siguiendo para ver lo que le pasa a Jesús.
Los sacerdotes llevan a Jesús al viejo Anás, quien había sido sumo sacerdote. La muchedumbre no se queda mucho tiempo aquí. Llevan después a Jesús a la casa de Caifás, quien ahora es el sumo sacerdote. Hay muchos líderes religiosos allí.
Aquí en la casa de Caifás hay un juicio. Traen a unos hombres para que mientan acerca de Jesús. Todos los líderes religiosos dicen: ‘Hay que darle muerte a Jesús.’ Entonces escupen a Jesús en la cara, y le dan puñetazos.
Mientras todo esto pasa, Pedro está afuera en el patio. Es una noche fría, y la gente prende un fuego. Mientras se calientan alrededor del fuego, una sirvienta mira a Pedro y dice: ‘Este hombre también estaba con Jesús.’
‘¡No, yo no estaba con él!’ contesta Pedro.
Tres veces la gente le dice a Pedro que él estaba con Jesús. Pero cada vez Pedro dice que no. La tercera vez que Pedro dice esto, Jesús se vuelve y lo mira. Pedro se siente muy triste por haber mentido, y se va y se echa a llorar.
Al salir el Sol el viernes por la mañana, los sacerdotes llevan a Jesús a su gran lugar de reunión, la sala del Sanedrín. Aquí consideran lo que van a hacer con él. Lo llevan a Poncio Pilato, gobernador del distrito de Judea.
‘Éste es un hombre malo,’ le dicen a Pilato. ‘Hay que matarlo.’ Pilato, después de hacer preguntas a Jesús, dice: ‘Yo no veo que él haya hecho algo malo.’ Entonces Pilato hace que lleven a Jesús a Herodes Antipas, el gobernante de Galilea, quien se halla en Jerusalén. Éste tampoco ve que Jesús haya hecho algo malo, y lo devuelve a Pilato.
Pilato quiere dejar ir a Jesús. Pero los enemigos de Jesús quieren que Pilato deje ir a otro prisionero, a Barrabás el asaltador. Ahora es casi el mediodía cuando Pilato saca a Jesús afuera. Pilato le dice a la gente: ‘¡Miren! ¡Su rey!’ Pero los sacerdotes principales gritan: ‘¡Quítalo! ¡Mátalo!’ Así, Barrabás sale libre, y a Jesús se lo llevan para matarlo.
Temprano en la tarde del viernes lo fijan en un madero. En la lámina no los puedes ver, pero a cada lado de Jesús también ponen a un criminal en un madero para que muera.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!». De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: «Yo soy Hijo de Dios». También lo insultaban los ladrones crucificados con él. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Poco antes de la muerte de Jesús, uno de los criminales dice: ‘Acuérdate de mí cuando entres en tu reino.’ Y Jesús contesta: ‘Te prometo que estarás conmigo en el Paraíso.’
Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: «Elí, Elí, lemá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo». Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
Mateo 26:57-75; 27:1-50; Lucas 22:54-71; 23:1-49; Juan 18:12-40; 19:1-30.