Los héroes de Telemark: cómo 9 jóvenes y un científico noruegos ejecutaron “el mejor ataque” de la Segunda Guerra Mundial
Según la leyenda, en Hardangervidda, donde estaba el lugar al que tenían que llegar, la temperatura baja tanto y tan rápido que hasta las llamas de las hogueras se congelan.
Ellos lo sabían pues queda en Noruega, su país natal, del que se habían tenido que marchar luego de que los nazis lo ocuparan en abril de 1940.
Su misión era entrar para atacar desde dentro a Vemork, en ese entonces la planta de energía hidroeléctrica más grande del mundo, que no sólo era remota, sino una fortaleza natural.
Construida al borde de un profundo desfiladero, conocido como “la garganta inescalable”, el único acceso era un puente de suspensión de una sola vía que estaba constantemente patrullado. Las colinas que la rodeaban estaban repletas de minas y trampas explosivas.
La operación parecía imposible, tanto que el coronel del Real Ejército Noruego Leif Tronstad les entregó a cada uno de los cinco hombres que partirían a cumplirla una cápsula de cianuro.
“Ustedes no saben exactamente por qué es tan importante, pero confíen en que sus acciones vivirán en la historia durante cien años más. Háganlo por los Aliados y por Noruega”, les dijo.
Lo que sí sabían era que éste no era el primer intento. Hacía pocos meses, dos planeadores que transportaban a un grupo de soldados británicos con la misma misión se habían estrellado, los sobrevivientes habían sido capturados por los nazis, torturados y ejecutados.
Las cápsulas de cianuro les ahorrarían al menos la tortura, en caso de que corrieran con la misma suerte.
Cosas extraordinarias
Los cinco noruegos que iban a arriesgar su vida, así como otros cuatro que los estaban esperando cerca de su destino, se ajustan a la descripción de “personas ordinarias que hicieron cosas extraordinarias”.
El grupo incluía a un profesor, un cartero, un guía turístico y un obrero de fábrica que habían decidido hacer algo contra la invasión alemana.
El único entrenamiento militar que tenían lo habían recibido de la Dirección de Operaciones Especiales (SOE, por sus siglas en inglés), una unidad ultrasecreta británica conocida como el “ministerio de la guerra poco caballerosa”, pues se encargaba de espionaje, sabotaje y reconocimiento militar y especial.
Incluso el coronel que les estaba hablando era realmente un científico.
Más precisamente…
Leif Tronstad era quien había diseñado lo que ahora iban a destruir.
Antes de la guerra, Tronstad había sido un químico estelar con profundo conocimiento de física atómica.
Había estudiado en la Universidad de Cambridge nada menos que con Ernest Rutherford, uno de los padrinos de la física nuclear.
Tronstad sabía por qué los alemanes estaban tan interesados en la remota planta.
En los años 30, Norsk Hydro, la compañía propietaria de Vemork, había empezado a producir agua pesada.
El agua pesada es H2O pero con un neutrón poco característico añadido a ambos átomos de hidrógeno.
Se encuentra en todas partes en la naturaleza, mezclada con agua normal, sin embargo, es extremadamente rara: una concentración de 1 parte por 41 millones.
Pero esa concentración se puede puede aumentar si se cuenta con los recursos: hacer cada galón de agua pesada requería decenas de miles de galones de agua y miles de kilovatios-hora de electricidad.
Fue a Tronstad a quien se le ocurrió la idea de producirla en Vemork, donde el derretimiento de nieve que caía de las montañas proporcionaba el agua y la energía necesarias.
Diseñó cámaras de electrólisis para capturar la mayor cantidad posible de agua pesada, destilándola hasta una concentración casi pura.
En 1933, eso era la vanguardia de la ciencia: Noruega se convirtió en el hogar del reactor de agua pesada más sofisticado del mundo.
¿Para qué?
Inicialmente, la producción de agua pesada era una curiosidad científica, hasta que los alemanes descubrieron la fisión nuclear en 1938.
En esa nueva realidad, el agua pesada se tornó muy útil.
Resulta que cuando los neutrones liberados por la división de átomos -es decir, la fisión nuclear- pasan a través de agua pesada, su velocidad disminuye.
Eso es importante porque los neutrones que se mueven lentamente son más eficientes en la división de átomos de uranio, de manera que se necesita menos uranio para disparar una reacción en cadena espontánea de átomos que se separan en rápida sucesión.
Es esa reacción en cadena la que libera la energía explosiva de la bomba atómica.
Por esa razón los Aliados querían destruir a Vemork.
Sigilo en vez de fuerza
La primera idea fue bombardear la planta.
Pero Tronstad, quien estaba en el Reino Unido trabajando con los Aliados, se opuso pues si hacían estallar los tanques de amoniaco líquido de la planta habría una gran cantidad de víctimas civiles.
Tampoco repitió el plan del intento anterior.
En vez de mandar soldados con armas pesadas para que hicieran un asalto frontal como habían hecho los británicos, su estrategia fueenviar un grupo reducido de esquiadores expertos que se lanzaron en paracaídas sobre el área silvestre que rodeaba la planta.
Aunque aterrizaron en el lugar equivocado, eventualmente lograron encontrarse con el grupo de avanzada.
Knut Haugland, Claus Helberg, Jens Poulsson y Arne Kjelstrup había llegado hacía tres meses para preparar la pista de aterrizaje para los soldados británicos que nunca llegaron.
Inesperadamente, se quedaron en la remota meseta de Hardanger, en medio del invierno y sin provisiones.
Tuvieron que excavar en la nieve y raspar musgo de las rocas para comer.
Por suerte, los cuatro jóvenes habían crecido esquiando y cazando en las montañas, lo que -según le dijo Poulsson a la BBC cuando se cumplieron 60 años de la hazaña- les permitió vivir “muy bien”.
“Comíamos los contenidos estomacales de los renos porque tenían vitaminas”.
A pesar de que el hielo cubría las paredes y el techo de la cabaña en la que dormían, su compañero Haugland aseguró que “era muy cómoda”, aunque aceptó que hacía mucho frío: “¡-20º!” y añadió que lo hacía tiritar tanto que dificultaba las comunicaciones con Reino Unido, las cuales lograba con un transmisor que armó con la batería de un auto y unas cañas de pescar.
Finalmente…
El 16 de febrero de 1943, Joachim Ronnenberg, quien había huido de Noruega a Reino Unido cuando los nazis invadieron pero siempre tuvo la intención de volver y luchar, saltó de un avión y volvió a pisar su tierra.
A sus 23 años, era el líder del equipo que Tronstad había enviado para llevar a cabo su detallado plan.
Tronstad sabía que no tenían que destruir toda la fábrica, solo el reactor de agua pesada en el sótano.
Aprovechando al máximo los planes técnicos y la inteligencia sacada de contrabando de Noruega, su plan requería que un escuadrón de cuatro hombres ingresara a través de un conducto para tuberías y cables que llevaban directamente a su objetivo.
La idea era que pasaran desapercibidos, mientras el resto del equipo se quedaba apostado afuera de la casa de los guardias alemanes, agazapados en las sombras, armados con ametralladoras y granadas de mano, que ojalá no tuvieran que usar.
Pero primero…
Tenían que llegar a la planta.
Las posibilidades eran tres:
Cruzar el puente, en cuyo caso se tendrían que enfrentar a los guardas
Ir por la colina, sorteando las minas y trampas explosivas
Bajar por la empinada y resbalosa pared del desfiladero, cruzar el río congelado y volver a subir por la “garganta inescalable”, en la oscuridad de la noche
Votaron y escogieron la tercera opción. Era absurda, pero lo lograron, así como su objetivo: la total y absoluta sorpresa.
Una vez ahí, implementaron el plan trazado por Tronstad: llegaron al cuarto en el sótano que contenía las cámaras de electrólisis que producían agua pesada e instalaron los explosivos.
El único cambio de planes fue que Ronneberg decidió reducir el tiempo para la detonación de dos minutos a 30 segundos, así que tuvieron que salir más rápido de lo esperado.
La explosión
Aunque todo iba bien, hubo algo que preocupó a todos: la explosión no fue más que un suave “bang”.
Los guardas alemanes salieron a ver qué había pasado pero no vieron a ninguno de los jóvenes noruegos quienes se pudieron escapar.
3.000 soldados nazis fueron reclutados para buscar a los saboteadores, pero no los encontraron por ningún lado.
La misión fue 100% exitosa. No se disparó una sola bala.
La única víctima fue la producción de agua pesada.
Aunque fue en su contra, el general alemán al mando de Noruega, Nikolaus von Falkenhorst, quedó tan admirado que lo llamó: “El mejor ataque que he visto en esta guerra”.
Texto y foto de Mundo