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Para Federer, el secreto está en la felicidad

Publicación de EL PAÍS de Madrid.

Tras medio año alejado de la competición, el suizo dice que su éxito radica en “disfrutar al cien por cien”. A sus 35 años, es el finalista más veterano de un Grand Slam desde Ken Rosewall (39 en el US Open 1974)

Año 2007. Marco, el Madrid Arena, emplazamiento donde se disputaba el torneo anual de tenis hasta que se trasladó a la Caja Mágica. Protagonista, Roger Federer, el hombre que ayer volvió a seducir a Melbourne con otro recital, esta vez contra Stan Wawrinka: 7-5, 6-3, 1-6, 4-6 y 6-3 (en 3h 04m). Una nueva final de Grand Slam para el de Basilea, su 28ª, la sexta en Australia. “¿Pero dónde está Roger? ¡El partido va a comenzar!”, se preguntaba aquella noche el personal del torneo, alterado porque no había rastro del suizo por ninguna parte. Este, por entonces número uno indiscutible, afrontaba ese día un partido a cara de perro con Guillermo Cañas, el argentino que esa temporada le había derrotado dos veces, interrumpiendo en una de ellas (Indian Wells) una secuencia de 41 victorias consecutivas. La tensión era elevada aquel día en el recinto ubicado junto a la Casa de Campo. No había pistas ni noticia alguna de Federer, al que se le presuponía nervioso y hambriento, meditando en algún escondrijo la revancha. Se preveía fricción. Sin embargo, nada de eso. Mientras todo el mundo corría de un lado a otro en busca del genio, Federer dormitaba felizmente sobre un banco de abdominales del gimnasio, en posición fetal, con su clásica cinta para evitar el sudor y el traje de faena inmaculado. Ni nervios ni tensión. Cero. Después, una vez que le encontraron, reaccionó con toda la naturalidad del mundo: “Ups! Sorry, come on!”. Encaró a su rival y lo despachó en solo 53 minutos (6-0 y 6-3), sin despeinarse.

Demostró una vez más el suizo estar hecho de otra pasta, como ayer lo hizo en Melbourne. Cuando Wawrinka despertó e igualó los dos sets de ventaja que tenía Federer, muchos pensaron que este último se derretiría, que tal vez le pesarían los años y que la tendencia anímica del pulso se lo llevaría por delante. Stan crecido y él descendente, fatigado, con algunos problemas musculares incluso. Solicitó la atención del fisio y se retiró casi 10 minutos al vestuario. Quién sabe, tal vez se echó una cabezadita el suizo, o probablemente rumiase lo que le estaba ocurriendo y halló la solución, que consistía en volver a imprimirle ritmo al partido y desconectar otra vez a Stan.

Este último, jugador de idas y venidas, ya se sabe, ya había partido para entonces una raqueta con la rodilla. Y en el parcial decisivo, cuando muchos amantes del tenis pensaban que se iban a quedar sin la posibilidad de ver la final soñada, o sea, un Nadal-Federer, falló. Una doble falta habilitó el break en el sexto juego y a partir de ahí el ganador de 17 grandes voló. 10 años después de su última final en Melbourne, el de Basilea volverá a luchar por el título. Venció Federer (35 años y 174 días) y se convirtió de paso en el tenista más veterano que juega una final de un Grand Slam desde Ken Rosewall, que disputó la del US Open de 1974 con 39 y 310 días. Al mismo tiempo, queda ahora su nombre como el del jugador con el ranking más bajo (17) que llega a la final de un grande desde que lo hiciera el sueco Robin Soderling (25) en el Roland Garros de 2009.

 

“Estoy feliz por haber ganado otro partido a cinco sets. No sé cuantas veces he ganado dos partidos a cinco sets seguidos en un Grand Slam. Quizá nunca”, expresó el suizo, que después de medio año alejado de la competición encuentra en el día a día y el carpe diem el mejor estímulo para su juego. “Me dije: voy a volver al cien por cien, quiero disfrutar del tenis de nuevo. Disfrutar con los entrenamientos. No verlo como una cuestión mecánica de entrenamiento-tratamiento-partido-tratamiento… Si lo haces así estás luchando contra ti mismo”, explicó. “Estos seis meses fuera me han aportado algo. No tenía que reorganizar mi vida ni mi tenis, sino simplemente sentirme sano de nuevo y ser feliz”, amplió.

 

Se le preguntó además a Federer por un hipotético careo con Nadal en la final del domingo y el suizo fue muy claro. “Saldré a darlo todo. Si no puedo andar en seis meses, perfecto”, bromeó. “Lo importante es ganar. Será contra alguien que juega su primera final de un grande [Dimitrov] o una batalla contra Rafa. Yo todo lo que quiero es ganar. No me importa quién esté al otro lado de la red”, sentenció Federer. Sobre él, una vez más, una catarata inagotable de elogios y alabanzas. Tal vez, ayer una de las más certeras la aportó el exfutbolista argentino Diego Latorre, aficionado a la raqueta. Calificó al suizo así: “Roger Federer es un deportista contracultural. Ama lo que hace. No necesita que nadie le estimule. Juega al tenis, no trabaja de tenista”.

Dormir, viajar, conocer, jugar, vencer. Para Federer el secreto del éxito subyace en el hedonismo y la felicidad. Así de simple es para él, que recita su fórmula como si fuese la más sencilla del mundo. Pero olvida un pequeño detalle en su discurso: no todos son unos fueras de serie.

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