Por qué Antígona es la obra de teatro más representada del mundo 2.500 años después de su estreno
“Tú, Ismene, mi querida hermana, que conmigo compartes las desventuras que Edipo nos legó, ¿sabes de un solo infortunio que Zeus no nos haya enviado desde que vinimos al mundo?”.
Con esas palabras, hace casi dos milenios y medio, el poeta trágico Sófocles empezó a contarle la historia de Antígona a los antiguos griegos en la Acrópolis de Atenas, durante el festival en honor de Dionisio, el dios del teatro.
Su público sabía a qué infortunios se refería la protagonista pues la había conocido en su obra anterior “Edipo Rey”, como una de las dos hijas del más desafortunado de los reyes, aquel de Tebas que, sin saberlo, mató a su padre y se casó con su madre, Yocasta.
Cuando empieza esta conversación entre Antígona e Ismene, Yocasta ya se había suicidado, Edipo se había cegado, ido al exilio por voluntad propia y fallecido.
Pero a las desgracias de la familia se había sumado una guerra en la que se enfrentaron los dos hijos de Edipo, Etéocles y Polinices, que, como señala Ismene, dejó a las dos hermanas “privadas de nuestros dos hermanos, por doble, recíproco golpe, fallecidos en un solo día”.
La trama que se desarrolla a partir de este punto es tan apasionante que “la obra de teatro más representada en el mundo no es una de las adaptaciones de Harry Potter ni Hamlet ni otra obra de Shakespeare: es Antígona”, le dijo a BBC Ideas el autor irlandés Colm Tóibín.
¿Por qué es tan popular?
“Porque es una obra fantástica”, respondió el director de teatro Olivier Py y el dramaturgo Mohammad Al Attar hizo eco de esa opinión, en el programa “The Forum” del BBC World Service.
Indudablemente, es una gran obra, pero eso, afortunadamente, se puede decir de muchas otras.
También, como en otros casos, a pesar del paso del tiempo, esta historia de desobediencia civil y una devastadora batalla de voluntades sigue resonando con la gente hoy en día.
Tras la muerte de Edipo, Etéocles y Polinices heredan el reino de Tebas con la condición de que gobiernen alternativamente.
Cuando llega el momento de que Eteócles ceda el poder a su hermano, se niega, lo que lleva a Polinices a formar un ejército.
Después de que los hermanos se matan, su tío Creonte asume el poder y su primera decisión es honrar la memoria de Eteócles y dejar a Polinices sin enterrar, para que las aves de rapiña y las hienas lo devoren.
Antígona no puede aceptarlo.
Aunque la sociedad lo juzgue negativamente, su hermano merece descansar con dignidad y ella hará cualquier cosa para honrarlo con un simple gesto: rociar tierra sobre su cuerpo.
Olivier Py montó Antígona este año con presos de la cárcel de Avignon-Le Pontet, Francia, y los actores-reclusos “entendieron profundamente esta idea de que un hombre sigue siendo un hombre, independientemente de lo que haya hecho”.
Mientras estaba preso, Nelson Mandela, el héroe del movimiento contra el Apartheid en Sudáfrica, también actuó en una versión de Antígona producida en Robben Island.
Para las refugiadas sirias en el campo de Shatila, Líbano, quienes actuaron en una versión de Antígona creada por Mohammad al Attar, fue un reflejo de sus luchas cotidianas.
“Lo maravilloso de Antígona es que lucha por su derecho de expresión y de contar la historia desde su punto de vista. Por eso, para mí, su desafío al Estado o al poder es importante pues usualmente sólo oímos la historia desde la perspectiva de los fuertes, los victoriosos o las autoridades”.
En su versión de la obra, Al Attar entreteje experiencias de las refugiadas sirias que participaron en la producción, y -sin proponérselo- encontró que varias compartían la misma angustia de Antígona por no poder enterrar a sus seres queridos.
“Esa idea de honrar a nuestros muertos es tan fundamental”, señala el escritor Tóibín, “que ningún edicto, ninguna ley, puede cambiarla”.
No obstante, plantea difíciles disyuntivas.
Obedecer o retar
Desde ese primer diálogo entre las dos hermanas, Sófocles plantea el dilema, o más bien, uno de los complicados dilemas con los que nos enfrenta la dramática obra.
Antígona había sacado a Ismene del palacio para contarle lo que Creonte decidió hacer con el cadáver de Polinices y sobre un edicto para todos los ciudadanos “prohibiendo que alguien le dé sepultura, que alguien lo llore, incluso”.
“El que transgreda alguna de estas órdenes será reo de muerte, públicamente lapidado en la ciudad”, le informa Antígona a su hermana y la enfrenta con la realidad, desde su punto de vista.
“Estos son los términos de la cuestión: ya no te queda sino mostrar si haces honor a tu linaje o si eres indigna de tus ilustres antepasados”.
Ismene, consternada, responde: “Pero, si las cosas están dispuestas así, ¿qué ganaría yo desobedeciendo o acatando esas órdenes?
Para Antígona, la única opción es darle sepultura: “Es mi hermano —y también tuyo, aunque tú no quieras—; cuando me prendan, nadie podrá llamarme traidora”.
Ismene, sin embargo, es más racional y le pide que reflexione: “Hay que aceptar los hechos: que somos dos mujeres, incapaces de luchar contra hombres. Ellos tienen el poder, son los que dan órdenes, y hay que obedecer éstas y todavía otras más dolorosas”.
Textos y foto de BBC Mundo