El enigma que cautivó a un biólogo panameño para irse a vivir al Ártico
La primera vez que Juan Carlos Villarreal salió de su tropical Panamá fue para visitar un país mucho más frío y remoto, que dos décadas más tarde terminaría convirtiéndose en su laboratorio y en su hogar).
“Tomé un curso en la Universidad de McGill, Montreal, en 1999, donde hice un intercambio de culturas durante tres meses, sin saber que 15 años más tarde trabajaría aquí”, le cuenta a BBC Mundo desde Canadá.
“Recuerdo vivamente que visité la Universidad Laval, en Quebec, y me dije a mí mismo —nunca le conté a nadie— ‘Ojalá, pudiera trabajar aquí algún día…'”.
Y así fue.
Por aquel entonces, era un estudiante de biología recién entrado en la veintena a punto de terminar su licenciatura en Panamá. Hoy lidera un proyecto científico con el que espera hacer algo que nunca se ha intentado antes: explorar la diversidad genética del Ártico canadiense.
La vida universitaria le llevó a vivir en Estados Unidos, Alemania y en Escocia, antes de regresar en 2015 a Canadá para analizar unas plantas diminutas que han demostrado saber adaptarse con éxito a la vida sobre la Tierra, y que podrían desentrañar valiosos secretos sobre nuestra propia supervivencia.
Secretos bajo el hielo
Los seres vivos más proliferantes en el Polo Norte no son ni los osos, ni los renos, ni las águilas doradas.
“En el Ártico, lo que más abunda son musgos y líquenes (estos últimos son unos hongos conjugados con algas)”, explica. “Y me caía perfecto porque, aunque nunca había trabajado con organismos polares, tenía una experiencia en el trópico que podía trasladar allá”.
“(Los musgos) son un grupo fascinante de organismos. Producen oxígeno y albergan una fauna de insectos necesarios para el ecosistema”.
El interés de Villareal en este tipo de plantas va mucho más allá de la curiosidad científica: tiene que ver con la supervivencia humana.
“Cuando estudio este tipo de organismos lo primero que quiero saber es qué diversidad existe. Para averiguarlo, utilizamos técnicas moleculares. Y luego compararemos cómo se diferencia de lo que había antes, que está congelado bajo el hielo”.
“Eso nos ayudará a predecir qué ocurrirá cuando el clima se caliente”.
“Hay bacterias que agarran el nitrógeno del aire —uno de los elementos más abundantes y necesarios que existen en la Tierra— y lo hacen accesible para las plantas”, señala.
“Si logramos saber qué bacterias hacen eso, podríamos predecir algunos cambios en el ecosistema”.
Los líquenes y musgos son la única fuente de alimento de los renos durante el frío invierno del Ártico.
“Como están a la base de la cadena alimenticia, tienen una repercusión en cadena con los animales y, eventualmente, los humanos. Además, forman suelo para que crezcan plantas más grandes”.
Sin embargo, pese a todas las respuestas que pueden aportar, pocos se han aventurado a investigarlas.
En el laboratorio
El grupo de plantas que investigamos “bien extraño y pequeño” son los antocerotes. “Era un grupo de plantas que nadie estudiaba. Hay muy pocas especies, 220 en el mundo, y no se sabía mucho sobre ellas”.
Villareal descubrió junto a su equipo de estudiantes nuevos tipos de simbiosis (la comunión entre dos o más organismos) y cómo funcionan. También averiguó en qué época geológica comenzó a haber más especies de este tipo.
En su día a día, suele visitar un bosque en el área Subártica, cerca de su laboratorio, donde toma muestras de los musgos. Después, el trabajo consiste en disecar y separar las plantas y en observarlas a través del microscopio.
“Luego extraemos el ADN de la planta para analizar varios genes. Ese proceso toma semanas”, cuenta el biólogo.
Por último, a través de la computadora comparan los datos “para conocer la diversidad” y hacen experimentos con cultivos de laboratorio.
“Abrirle puertas a Latinoamérica”
El panameño dirige un equipo de 12 estudiantes de maestría, entre los que hay un solo latinoamericano, de origen brasileño/panameño “que tiene un futuro brillante”.
Y dice que le gustaría animar a más científicos de la región a que viajen y estudien en el Ártico.
“Los inviernos son largos y duros, de noviembre hasta abril. Lo que más extraño de Panamá es el calor, es algo que me hace falta”, admite. “Pero la cultura franco-canadiense es cálida y hace que uno se sienta un poco más abrigado”.
Juan Carlos dice que le gustaría “abrirle la puerta a los estudiantes latinoamericanos” y señala que en Latinoamérica “nos falta mucha tecnología de genomas y de bioinformática (para analizar esos datos), que no está muy accesible, por ejemplo, en Panamá”.
“Me gusta ayudar a las personas motivadas porque hay mucho que hacer con respecto a la ciencia. La biología es algo fundamental para la sociedad”.
“Hace 10 o 20 años la ciencia era más individual; ahora es mucho más colaborativa. Eso ayuda a que haya un flujo de conocimiento… y el conocimiento es poder”.
“En Latinoamérica hay iniciativas, pero se mueven lentamente”, dice Villareal
“No hay una educación biológica desde la infancia. Se cree que el desarrollo pasa solo por construir edificios, pero implica también la innovación”.
Hacia el Norte
Respecto al Ártico, asegura que hay un vacío de información porque es muy difícil acceder a ciertos lugares.
Y aunque la zona tenga un 30% de las reservas de petróleo sin explotar, “lo cual hace que su interés sea geopolítico”, todavía falta mucho por hacer.
“Mi idea es ir subiendo cada vez más del Subártico al Ártico, poco a poco, despacito, para no agarrar un choque térmico”.
“También hay que tener cuidado con los osos polares. Sería interesante verlos… de lejos”, bromea.
El objetivo final es obtener un mapa de la vegetación de Ártico. “Es una de las metas que nos interesa”, señala. Así, documentando la biodiversidad de la zona, espera obtener respuestas que nos ayuden a resolver cómo nos adaptaremos al cambio climático.
Texto y foto de BBC Mundo