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“Estaban decapitando personas. Tuve que trepar sobre cadáveres para huir”: el desgarrador testimonio de sobrevivientes de las masacres en República Democrática del Congo

Es una tierra repleta de lágrimas y fosas comunes.
Día a día, la verdad de lo que ocurre desaparece de la vista.
Pero”la sangre está hablando”, le cuenta a la BBC “Papá” Isaac, un traductor local de Naciones Unidas en la ciudad de Tshimbulu, en la región central de Kasai, en la República Democrática del Congo. El editor de BBC África Fergal Keane viajó con él hasta un campo.
Este es su relato:
Nadie sabe cuántos cuerpos fueron arrojados aquí por el ejército.
Una mujer que trabajaba en un campo cercano se acercó a nosotros, curiosa por la presencia de los soldados de la ONU. Su hijo de 12 años estaba entre los enterrados en la tumba.
“Los militares estaban enterrando los cuerpos. Vimos dónde se detenían y cómo cavaban para enterrar los cadáveres … algunos no tenían más de 12 años”,lamentó, “no solo mataron a la milicia. Mataron a personas inocentes”.

La violencia comenzó la primavera del año pasado cuando el resentimiento cocinado a fuego lento durante mucho tiempo acabo estallando en una rebelión contra un gobierno central visto como lejano y corrupto, y cuya policía y ejército eran temidos por su brutalidad.
La chispa fue la negativa del gobierno a reconocer a un líder tradicional, Kamuina Nsapu, y la decisión de imponer en el cargo a su propio hombre.
En agosto de 2016, este jefe tribal fue asesinado por las fuerzas de seguridad, pero sus seguidores respondieron y mataron a todos los que consideraban colaboradores del estado.
En el conflicto posterior, casi 1,4 millones de personas fueron desplazadas, entre ellas alrededor de 850.000 niños.
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Decapitaciones masivas
En las dos semanas que pasamos en Kasai, las consecuencias de la violencia eran aplastantemente evidentes.
La vimos en las figuras esqueléticas de niños desnutridos, en las multitudes repletas de mujeres y niños que aún se refugian en iglesias, y en los testimonios que escuchamos en boca de aquellos que habían sobrevivido a unas atrocidades de crueldad inmensa.

Ha habido decapitaciones masivas por parte de las milicias. Pobladores asesinados por soldados.
Una mujer desnudada, golpeada, violada públicamente y luego decapitada porque era acusada de traición por la milicia de Kamuina Nsapu. La misma que obligó al hijastro de la mujer a llevar a cabo la violación.
Un activista de registro de votantes para las elecciones que se realizarán el próximo año, Prosper Ntambue, se convirtió en objetivo porque era visto como un representante del Estado.
Su oficina fue incendiada, pero él sobrevivió.La tragedia continuó acechando a su familia: su hija y su yerno fueron capturados en una barricada, secuestrados y decapitados.
¿Su crimen? El yerno era un ingeniero que mantenía carreteras para el gobierno.

Ntambue me mostró una fotografía de los cinco hijos de su hija y su pareja, tomada cuando la familia todavía era una familia.
“Sus hijos quedaron huérfanos y se quedaron aquí. Ahora yo me ocupo de ellos”, me dijo.
La respuesta del Estado a las revueltas fue implacable. El ejército y la policía dirigieron sus armas contra los miembros de la milicia, a menudo aldeanos armados con armas caseras y con simples amuletos que creían que los protegerían de las balas. Pero los civiles que no tenían ningún vínculo con Kamuina Nsapu también fueron asesinados.
En algunas zonas, la inestabilidad puso de manifiesto las rivalidades étnicas, pero sería un grave error caracterizar lo que ocurrió como violencia “étnica”.
Fue la violencia de los pobres y los más aislados, en un lugar donde el Estado era cualquier cosa menos un actor imparcial.
Cuerpos lanzados al río
Hablamos con numerosos testigos que describieron las atrocidades cometidas por las fuerzas de seguridad y la milicia Bana Mura, que apoya al gobierno. Los testigos nos pidieron que protegiéramos sus identidades por temor a represalias por parte del ejército.
Al lado del río Kasai en la ciudad de Tshikapa, un hombre señaló la corriente que fluía rápidamente. Nos hablaba de los cuerpos lanzados al río para ser arrastrados río abajo.
“Los militares capturaban personas y las arrojaban al río. La gente comenzó a huir y esconderse. Los seguían, los mataban y los tiraban al agua”.

Refugiada en una iglesia, una madre nos contó cómo tres de sus cuatro hijos fueron decapitados por la milicia Bana Mura. Ella suplicó al ejército que interviniera, pero nadie detuvo a los asesinos. No puede sacar de su cabeza la imagen de aquella noche de asesinatos.
“Vi a personas con machetes, pistolas y palos. Estaban decapitando personas, cortando brazos y piernas, rajando vientres. Tuve que trepar sobre cadáveres para huir”.
Otra madre contó cómo ella y su hija de 15 años fueron llevadas por la milicia a granjas separadas.
Una niña sentada frente a nosotros no parecía tener más de 12 años. En un tono monótono, su madre relató cómo había sido violada tantas veces que no podía contarlas.
“No descubrí hasta después que mi hija había sido violada. Hay una gran amargura en mi corazón por el hecho de que mi hija haya sido deshonrada. Ella es solo una niña”.

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