Javier Milei es el primer outsider que llega a la presidencia de la Argentina.
Un verdadero outsider después de siete abogados (Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde, Kirchner, Cristina y Alberto) y un ingeniero civil (Macri). Porque, aunque es un economista, aunque trabajó y conoció a los mercaderes del poder en las oficinas de Eduardo Eurnekian, no venía de la UCR ni tampoco del peronismo, ni de un partido político más chico ni había fundado uno para probar ese perfume anhelado del poder.
Milei comenzó a creer que podía cambiar las reglas de la política cuando se convirtió en un panelista polémico de los programas de TV. Los productores lo llamaban porque planteaba hipótesis exóticas y les hacía subir el rating. Mezclaba las leyes de la escuela económica austriaca de Fiedrich Von Hayek con el rechazo absoluto al aborto y el dogma liberal aplicado a la compraventa de órganos humanos. No mostraba piedad con las feministas, ni con los dirigentes de izquierda. “Zurdos”, les escupía delante de las cámaras. Y el progresismo woke de la Argentina comenzó a descubrir a un enemigo que no les temía.
Fueron muchos los que lo quisieron moderar a medida que se convertía en un personaje. El teorema de Baglini no funcionó con Milei porque el libertario del pelo revuelto mantuvo su esencia cuando las encuestas le mostraron que podía ser candidato a lo que quisiera.
Todo a su alrededor era un caos, pero un caos que crecía sin detenerse. Fue elegido diputado nacional en la Ciudad de Buenos Aires y respaldó a José Luis Espert para que sacara el 7,5% de los votos en la provincia de Buenos Aires. Después se distanciaron. Aunque era un outsider, Milei mostró pronto una característica de la casta política: en su espacio, La Libertad Avanza, no admitía disputas por el liderazgo. “Soy el león”, gritaba en los actos al ritmo del rocanrol de “La Renga” y se sabe que los leones no comparten jamás la conducción de la manada.
Como todo político emergente que se precie, Milei también tuvo su libro maldito. “El Loco”, atractiva pieza del ensayo periodístico escrita por Juan L Gonzalez que puso sobre el escenario algunas excentricidades del candidato y el amor esotérico por los perros. La influencia energética de Conan y sus reencarnaciones se volvieron un tema de discusión nacional que dejó algo absolutamente claro: no afectaron en nada su popularidad.