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La conmovedora historia de dos gemelas cuya vida cambió por un terrible accidente

Una noche de diciembre de 2015 las gemelas Anna y Lauren decidieron bajar del autobús una parada antes de su casa. Fue una decisión fatídica.
Anna y Lauren estaban tan unidas como se podría esperar de dos gemelas idénticas. Compartían habitación, se sentaban juntas en clase y tenían los mismos hobbies, como el baloncesto y el tenis.
“La gente nos llamaba Las Gemelas”, dice Anna, de 23 años. “Nos mandaban una sola invitación de cumpleaños para las dos”. “La gente estaba convencida de que nos podíamos leer la mente la una a la otra”, añade Lauren.

Las hermanas crecieron en Escocia con su hermana mayor, Aisha. Sin embargo, cuando eran adolescentes sus padres se divorciaron y se mudaron a Sheffield (Inglaterra) para vivir con su padre. Aisha se quedó en Escocia.  “Siempre que necesitaba a alguien con quien hablar, Anna siempre era la persona adecuada”, dice Lauren.
Hace tres años, Anna estaba muy centrada en su futuro. Estudiaba diseño gráfico en la universidad y se preparaba para hacer el examen de conducir. Lauren, en cambio, no sabía lo que quería hacer. Se había apuntado a formación en repostería y había tomado algunos cursos de psicología, pero no estaba del todo convencida.
Ella y Anna solían hablar sobre su futuro mientras paseaban por la noche cerca de su casa.
“Lo llamábamos ‘ir a la colina’. Era agradable, se estaba tranquilo allá arriba”, dice Lauren.

“Se veían las estrellas, se podía charlar y no había ninguna prisa. Eran todo risas y bromas”.
A las hermanas les gustaba pasear en la oscuridad. Por eso una noche de diciembre de 2015, volviendo de un concierto, decidieron bajar del autobús una parada antes de su casa. Fue una decisión fatídica.  Anna estaba cruzando la calle cuando la atropelló un auto. Se golpeó la cabeza contra el parabrisas y salió despedida por el aire antes de caer sobre el asfalto.
“Me quedé quieta durante un segundo pensando: ‘Se va a levantar, se va a levantar'”, recuerda Lauren.
“Pero no se levantaba, así que corrí hacia ella y vi que estaba temblando. Le puse la chaqueta encima porque pensé que ayudaría, pero no sirvió para nada. Les gritaba a todos los que paraban que llamasen a una ambulancia”.  Lauren se sintió aliviada al ver que Anna todavía respiraba, pero su hermana sangraba por un lado de la cabeza.
Un médico que pasaba por allí se paró para ayudar y Lauren se vio a sí misma repitiendo números que no entendía a un operador de ambulancias. Una vez que llegó la ambulancia, llamó a su padre, que las alcanzó rápidamente.
En el hospital, el padre de Lauren llamó a la familia mientras esperaban las noticias.  “Me temblaba mucho la pierna y mi papá apoyaba la mano para tratar de detenerla”, cuenta Lauren.
Anna había sobrevivido, pero su estado era inestable y los médicos estaban muy preocupados por las lesiones de la cabeza.
El impacto del automóvil había provocado que su cerebro se moviera hacia adelante y hacia atrás contra el cráneo, por eso sangró y se hinchó. Le hicieron un agujero en el cráneo para tratar de aliviar un poco la presión y la dejaron en un coma inducido.  Anna se había roto una pierna y le insertaron una barra de titanio desde la cadera hasta la rodilla. Cuatro días después los médicos consideraron que estaba lo suficientemente estable como para transferirla a una unidad neurológica de cuidados intensivos en un hospital cercano.
A medida que disminuían los sedantes, Anna mostraba pequeños pero prometedores signos de recuperación. Abrió los ojos durante unos momentos, y luego durante unos minutos. Consiguió controlar los movimientos de los brazos, antes espasmos, e hizo señales de reconocer a su hermana y a sus padres. Sin embargo, también hubo momentos preocupantes.
“Hubo momentos en los que Anna decía: ‘Quiero a Lauren, quiero a Lauren’. Y yo estaba frente a ella agarrándole la mano y diciendo: ‘Estoy aquí’, pero ella seguía diciendo: ‘Quiero a Lauren ‘. Fue aterrador”, asegura Lauren.

Lauren visitaba a su gemela todos los días. Le resultaba difícil ir a casa y descansar. Tenía recuerdos del accidente que la dejaban temblando de miedo, y luchaba para sobrellevar los sentimientos de culpa y rabia.
“Daba patadas a las puertas, era la única forma en que podía sobrellevarlo en ese momento. Sentía mucha ira. No sabía cómo iba a acabar Anna”, dice Lauren.
Los médicos advirtieron a la familia de que la recuperación de Anna sería un proceso largo e impredecible. Les dijeron que las lesiones cerebrales le podrían afectar, entre otras cosas, a la memoria, la concentración, la percepción, la motivación, el estado de ánimo y el comportamiento. Cada paciente era único.
Un ejemplo curioso se dio cuando la madre de Anna le mostró ecografías del bebé de su hermana mayor, Aisha, y durante unos días Anna estuvo convencida de que era suyo.
“Lentamente su cerebro estaba tratando de asimilarlo todo y poner orden”, cuenta Lauren. Anna tenía amnesia postraumática. Sus primeros recuerdos concretos son de un mes después del accidente, cuando la transfirieron a una unidad de neurorehabilitación. “Recuerdo que estaba muy confundida y muy estresada mentalmente”, dice.

“Solía pedirle ayuda a Lauren. Si quería ducharme, ella me ayudaba a ir a la habitación, me mostraba dónde estaban las toallas, tomaba una y se aseguraba de que tuviese champú y ropa limpia. Si no hubiese sido por ella, no hubiera pensado en estas cosas”. Anna empezó a hacer sesiones de terapia ocupacional para mejorar la memoria, la planificación y la toma de decisiones.
“Me mostraban tres imágenes, pero en la siguiente sesión no las recordaba”, cuenta Anna. “O me pedían que le restase siete a un número. El chico me decía que no me preocupara por eso, pero yo decía, ‘Sí que me preocupa. No sé contar”.
Aconsejaron a Anna que se hiciese con una agenda y se pusiese alarmas en el celular para recordarle tareas por hacer. A sus familiares les pidieron que intentaran no ayudarla demasiado.
Con el tiempo, consiguió recordar la disposición del hospital y se fijó una rutina diaria. Pero frecuentemente pedía ir a casa, insistía en que se había recuperado.
“Creo que no entendía por qué tenía que estar allí”, dice Anna. “En mi cabeza todo estaba mezclado”.

Lauren visitaba cada día a su hermana para hacerle compañía. Se dio cuenta de que Anna sufría fatiga mental y de que, a menudo, se desconcentraba cuando miraba la televisión y acababa mirando la pared.
“Se lo veía en la cara. Podías hablar con ella, pero no volvía”, dice Lauren. “Decía que estaba aburrida o que no podía concentrarse”.

Lauren también estaba agotada, ya que siempre estaba disponible. Recibía mensajes de texto de Anna a primera hora de la mañana y se sentía obligada a responder.
“Le dejábamos notas explicando lo que tenía que hacer por la mañana y la hora a la que llegaríamos, pero de todas manera ella mandaba mensajes: ‘¿Dónde estás? ¿Ya llegas? ¿Cómo puedo verte? No te encuentro”, dice Lauren.
“A veces íbamos y Anna seguía en pijama y no había comido porque no había pedido ayuda. Necesitaba que alguien le dijera: ‘Venga, Anna, vamos a vestirnos y comer algo’. Las enfermeras la dejaban sola con eso”.
Tras dos meses, Anna fue dada de alta de la unidad de rehabilitación. De vuelta a casa, Lauren se convirtió en su principal cuidadora, ya que su padre tenía que regresar al trabajo y su madre solo podía viajar desde Escocia los fines de semana. Lauren le mostró a Anna algunas tareas de la casa, como poner la mesa y lavar la ropa.

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