Mónaco el principado donde el lujo es el reino, se juega la otra semifinal de la Liga de Campeones
El Principado es el reino del lujo, en el que no tienen cabida pobres ni vagabundos. Sus privilegiados habitantes compiten por exhibir el coche más lujoso y los diamantes más caros.
Hay un país sin pobres ni vagabundos en las calles, donde los Ferrari se dejan con las llaves puestas al lado del bar y a los Rolls Royce no se les sube la capota; donde las señoras compiten por lucir el diamante más gordo y donde comprar joyas de 1.000 euros es casi una ordinariez. Un país con tasa de paro cero, con delincuencia cero y que coronó a una actriz de Hollywood como reina del pueblo tras rodar ‘Atrapa a un ladrón’: Grace Kelly.
Aunque la otra gracia de Mónaco, esa que perdura al paso del tiempo, es la que siguen aportando esos casi 12.000 ciudadanos monegascos –el 30% de sus residentes– con más ceros en la cuenta corriente que dedos en la mano. Un estudio reciente de la empresa de consultoría WealthInsight revela que el Principado es la ciudad del mundo con mayor porcentaje de millonarios entre sus habitantes. Acierta distancia aparecen otras urbes como Zurich, Génova o Nueva York. Pero Mónaco es diferente, única. «Yo nunca he visto a nadie pidiendo. Aquí no hay pobreza. ¿Algo que me irrite? Que solo se habla de dinero», admite Víctor Wolkowicz, un joyero barcelonés afincado en la perla de la Costa Azul desde hace dos décadas.
Aquí, donde los hombres que cogen el autobús –un euro el viaje– lucen un Rolex y las mujeres unos ‘Manolos’ y un bolso de Louis Vuitton auténticos, no está de más definir el término ‘millonario’: según la consultora WealthInsight, “aquellos individuos con activos netos superiores al millón de dólares, excluyendo su residencia principal”. Hay que tener en cuenta el detalle de la vivienda. Porque el coste de los pisos en Mónaco, precisamente, no es moco de pavo. El Principado cuenta con una superficie de dos kilómetros cuadrados, lo que le convierte en una especie de búnker de lujo, y el espacio vale su precio en oro. El 100% del territorio está edificado y comprar un piso (no hay nada por menos de un millón de euros, a una media de 40.000 euros el metro cuadrado) es una prohibitiva odisea, pero también un negocio seguro. “Alquilar un apartamento de 60 metros cuadrados cuesta alrededor de 4.000 euros al mes”, informa Wolkowicz. Justo al contrario que en el resto del mundo, aquí el sector inmobiliario no ha dejado de crecer, alimentado principalmente por magnates con ganas de ahorrarse los impuestos.
Más árabes y rusos
Árabes como el libanés Toufic Aboukhater, que compró hace un par de años varios hoteles Intercontinental (entre ellos el de Madrid), y cada vez más rusos, que se sienten amparados por un régimen fiscal casi tan benevolente como el clima mediterráneo, están ‘invadiendo’ en los últimos años el segundo país más pequeño del mundo, solo por detrás de El Vaticano. En Mónaco no hay impuestos directos y las empresas no están obligadas a tasar los beneficios en determinadas circunstancias. En cambio, los requisitos para montar un negocio son especialmente duros. La imagen y la rentabilidad están por encima de todo.
Las leyes fiscales del Principado son un atractivo canto de sirena, pero tanto como el mimo con que la familia Grimaldi trata a los ciudadanos que triunfan en los negocios –hay residentes de 120 nacionalidades–. Alberto II, hijo de Rainiero y actual soberano (57 años), es un apasionado de los deportes y ha sabido mezclar sudor y dinero como nadie. El Gran Premio de Fórmula 1 o el centenario Master de Tenis, que son ‘Marca Mónaco’, reúnen cada año a las mayores fortunas del mundo, y fue el propio Alberto el que supervisó personalmente el acuerdo que convirtió al magnate ruso y vecino suyo, Dmitry Rybolovlev, en el principal accionista del club de fútbol local, la AS Mónaco. Un equipo en el que ya ha invertido, desde su llegada, alrededor de 300 millones de euros. Por supuesto, el príncipe es un habitual del palco del estadio Luis II. Y esa foto es la estampa de la renovación. De los tiempos gloriosos de las ruletas del casino y sus majestuosas lámparas de araña, a los réditos que dan el deporte y las finanzas, por supuesto. El juego apenas genera hoy un 3% de la riqueza frente al 15% del verdadero motor de su economía: los servicios financieros. Un sector que gestiona unos 75.000 millones de euros (que se sepa) y que siempre ha levantado infinitas suspicacias por tratarse de un ‘paraíso fiscal’.
Ni los Grimaldi ni los responsables administrativos del Principado ocultan su devoción por el dinero. El ministro de Finanzas y Economía de Mónaco, Marco Piccinini, se quejó en 2012 porque la mayoría de las celebridades solo residen “nominalmente” para tributar menos: “Nosotros queremos que los ricos vivan aquí y consuman aquí”. Piccinini, italiano de nacimiento, fue antes director deportivo de Ferrari, una de las marcas más habituales por las enrevesadas y empinadas calles que rodean y parecen abrazar ‘la Roca’, como se conoce al promontorio sobre el que se alza el casco viejo.
Calles blindadas
Calles que, por supuesto, están blindadas. Hay más de 500 policías y cientos de cámaras que no dejan un solo ángulo muerto. Por eso, los vecinos pueden lucir sus joyas sin problemas, olvidarse la cartera de piel de conejo en la terraza o dejarse el Lamborghini encendido mientras visitan el cajero automático antes de ir a cenar: “Los restaurantes son muy caros porque pagan alquileres muy caros”, razona Wolkowicz. Si se opta por el menú del día, el precio es más razonable, unos 30 euros, pero una copa puede llegar a 80. En el supermercado, el pan y la leche cuestan casi lo mismo que en España, pero al lado de los huevos y la fruta se puede comprar “el mejor champán del mundo y el caviar más fresco de Irán”, ilustra el joyero catalán.
Tranquilidad y comodidad que los potentados del Principado no cambian por nada. “El único que puede estar preocupado aquí es el delincuente”, sostenía en una entrevista reciente Benito Pérez Barbadillo, uno de los 300 españoles residentes en el Principado y fundador de una agencia de comunicación que tiene entre sus clientes a Rafa Nadal. Precisamente, en Mónaco han fijado su residencia ases de la raqueta como Novak Djokovic (actual número 1 del mundo), Ivan Ljubicic, Radek Stepanek, Robin Soderling o Caroline Wozniacki, que fue número 1 del ranking femenino. Pero ‘la Roca’ también es el paraíso donde han encontrado su retiro dorado actores como Roger Moore, que decidió jubilarse al sol de Mónaco; cantantes y artistas de relumbrón (el difunto Lucciano Pavarotti, por ejemplo, tributaba en Mónaco gracias a su apartamento en el Principado, lo que le costó un disgusto con el fisco italiano); además de los ya mencionados jeques árabes y magnates rusos. Ellos son, con permiso de los ‘reyes’ Grimaldi –propietarios de media ciudad– los que mandan y los que siguen comprando yates con tanta eslora como un transatlántico. Uno de 34 metros, de la firma Sunseeker Monaco, sale por unos diez millones de euros. Y de esos hay varios atracados en Port Hercule. El salario mínimo interprofesional en este rincón reservado al lujo y el glamour, 9 euros la hora, tampoco da para muchos barcos. Pero a los trabajadores siempre les quedará el bonobús. Seis euros los diez viajes. Casi la mitad que en Madrid.
Un país para curiosear
8.000€ cuesta amarrar el barco en Port Hercule un día de Fórmula 1.
30% subió la vivienda el último año. Alquilar un piso de 60 metros cuesta 4.000 euros.
125 nacionalidades diferentes conviven en Mónaco.
El deporte como ‘Marca Mónaco’. El centenario Master de Mónaco, la Fórmula 1 y ahora el club de fútbol local (propiedad de un adinerado empresario ruso) generan millones de euros a su alrededor.
Sin espacio… y sin impuestos La falta de espacio es tal (el 100% del terreno está construido) que hay calles donde los números pares pertenecen a Mónaco y los impares a Francia. En los pares no se pagan impuestos.
Los Ferrari se aparcan con las llaves puestas: hay un policía por cada 70 habitantes.